28 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 11 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Cosecha de guasones

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Helena Hernández

Abogada Penalista

@Helena77Hdez

 

El Guasón es un villano ficticio que ha sido llevado a cine en múltiples versiones. La película más reciente es dirigida por Todd Phillips y protagonizada por el actor Joaquin Phoenix, este último encargado de interpretar al Joker o payaso comediante, llamado Arthur Fleck; un adulto tranquilo y buen hijo, hasta que comienza a matar personas, incluyendo a su madre. Una vez redefine su identidad, el Guasón se encumbra como inspirador de caos y violencia en una ciudad desigual y anárquica.

 

 

Las diversas lecturas sobre el filme proponen algunas críticas. Por un lado, hay quienes señalan que el Guasón entraña una apología a la violencia, o una banalización del mal y de las enfermedades mentales. En contraste, está el público que encuentra un mensaje introspectivo y colectivo, en la forma como la sociedad contribuye y responde a dicha violencia. Por supuesto, también están los cinéfilos que no ven sentido a comparaciones realistas en un filme de ficción, con la estelar actuación de su protagonista.

 

Considerando que todas las representaciones artísticas son analizables, incluso los cómics, o el género de ficción en el cine, propongo algunas reflexiones con relación a los imaginarios colectivos que recrea esta producción.

 

¿Es verdaderamente el Guasón un villano?

 

La personificación que Joaquin Phoenix realiza del Guasón controvierte la asunción automática de su calificativo de villano. Su vida transcurre en una incesante desgracia, sin que en un primer momento esta pueda atribuírsele como consecuencia directa de su comportamiento. Pese a sus esfuerzos por mejorar las habilidades para agraciar a otros y hacer de su existencia una comedia, pierde su empleo de payaso.

 

Arthur sueña con su visibilidad. Ello es notorio cuando imagina ser aplaudido y aclamado en el show de comedia dirigido por su ídolo Murray Franklin, una vez el público conoce que toda su vida la ha dedicado a cuidar de su madre y a buscar que otros sonrían. Arthur también busca cariño, se evidencia una vez confronta a quien cree que es su padre, pidiéndole un abrazo, así como las explicaciones de su ausencia.

 

Arthur es un hombre consciente de sus problemas psiquiátricos y psicológicos, sensible al desprecio y en búsqueda de ayuda. Su desconsuelo es evidente cuando no encuentra en su sicóloga una verdadera receptora, increpándola por realizar las mismas preguntas cada semana, sin que dé solución a su interminable depresión.

 

El coctel de la desdicha es bebido a fondo por Arthur. Descubre que su madre le ha engañado y fue adoptado, además que de pequeño sufrió abusos sexuales y tratos crueles por parte del novio de esta. Aunado a lo anterior, los servicios sociales de su ciudad han recortado presupuesto para la población vulnerable, por lo que el suministro de sus medicinas es suspendido, su entorno marginal no ofrece alternativas, mucho menos su inexistente círculo social.

 

Finalmente, el Guasón ha nacido. Arthur tardó alrededor de 40 años conteniendo una sociedad que solo respondía con reveses. Asumir que su identidad lograda deriva de una predisposición natural podría ser tentador si se tratara como un caso único, enigmático e incomprensible. Pero no lo es. El Guasón es una construcción social, más que genética. Más humana que monstruosa.

 

Asumir que el Joker es un villano tal vez resulte menos desalentador que reconocerlo como víctima. Asimismo, a algunos consterna el surgimiento de imitadores, pese a lo indeseable que sería encarnar un personaje como el Guasón. Nadie, por decidida y gustosa convicción natural, quiere ser el Guasón interpretado por Joaquin Phoenix, cuya narrativa dista de la ficción.

 

Arthur llega a un giro sin retorno cuando pierde toda posibilidad de ayuda y esperanza, momento que encuentra el reconocimiento de una sociedad que, hasta antes de iniciar una destrucción consecutiva de vidas, nunca le había visto. El mal llega a su vida como producto de hostilidades exógenas, determinantes en configurar el rostro que otros ven. El mal, por primera vez, lo vuelve visible a los demás.

 

¿Los monstruos en Colombia sí existen?

 

El libro del antropólogo y profesor Esteban Cruz Niño (2013) reconstruye las historias de algunos de los asesinos en serie[1] colombianos, dando cuenta de sus orígenes y personalidades sicopáticas. Entre estos casos se encuentran: Pedro Alonso López (el ‘monstruo de los Andes’), Daniel Camargo Barbosa (el ‘sádico del Charquito’), Luis Alfredo Garavito Cubillos (Garavito / la bestia), Nepomuceno Matallana (el ‘doctor Mata’) y Manuel Octavio Bermúdez (el ‘monstruo de los cañaduzales’).

 

Según el autor, el perfil del asesino en serie colombiano presenta algunas particularidades. Su rasgo más característico consiste en el bajo estrato socioeconómico, que en su mayoría alcanza la miseria y el abandono. Aunado a ello, enfrentan situaciones que han marcado su vida, hacen parte de hogares disfuncionales y su infancia está llena de maltrato. En casi todos los casos, los monstruos colombianos son violadores compulsivos.

 

Este crudo fragmento de realidad nacional encuentra convergencia con la historia ficticia del Guasón, cuyos resultados no ocurren por generación espontánea o predisposición biológica al mal. No se pretenden pasar por alto los diagnósticos médicos de cada caso, pero sí acentuar el crucial papel de la sociedad al desarrollar y potencializar ciertos rasgos antisociales y desequilibrados –ya sea por vía de acción u omisión–.

 

¿Qué podemos hacer como sociedad para evitar la cosecha de Guasones? ¿Cómo responde el Derecho con los que ya existen?

 

Si partimos de que todas las relaciones humanas están permeadas por la ciencia jurídica, el Derecho debería ser la respuesta normativa a la realidad social y obedecer a circunstancias propias del entorno. Sin embargo, el panorama nacional da cuenta de una incoherencia legislativa y administrativa abrumadora.

 

Ante el aumento de la criminalidad, no han sido escasas las propuestas para endurecer las penas de prisión, incluso la pena de muerte se ha escuchado entre el abanico de opciones. El asunto dista del tratamiento efectuado por parte del Estado colombiano, en tanto exiguas han sido las medidas preventivas de la delincuencia, así como la falta de aproximación empírico social para elaborar estrategias a partir de la realidad, sin subestimar sus causas.

 

Menuda importancia ha sido otorgada a la política criminal, que no responde a informes de expertos de su comisión asesora. Es indispensable la voluntad política para lograr una real cooperación entre académicos y miembros del Consejo Superior de Política Criminal, que permita no solo acreditar una disfunción social, sino el desarrollo de un programa de acción eficaz para su corrección.

 

Se necesita de política criminal y social preventiva, pues el orden social no solo se logra mediante un sistema de control penal, cuya virtualidad es limitada y depende del resultado de otros subsistemas (Ripollés, 1975, 11). El fortalecimiento estatal de instituciones primarias como la familia y educación básica –a la vez subsistemas de control–, deviene crucial para el proceso de posterior socialización de los sujetos en su vida adulta, así como la integración de valores comunes.

 

Por el contrario, lo más preventivo que a diario se materializa es la detención preventiva como pena anticipada. No se puede lograr un orden social sin una política criminal articulada por parte de los poderes públicos. De seguir en dicha dirección, una y otra vez, en mayor proporción, veremos defraudadas las expectativas normativas, que sin un mínimo de legitimidad y razonabilidad han sido pretendidas.

 

Un Estado constitucional demanda una justicia que excede los estrados judiciales, prevé la disminución de desigualdades sociales y la inclusión de sectores vulnerables y exdelincuentes. La expansión del Derecho Penal no soluciona los problemas sociales, así como el poder punitivo desmedido solo conduce a la insostenibilidad del sistema penitenciario y carcelario colombiano. Deben explorarse penas alternativas y más eficaces a la prisión. Además, no resulta constitucionalmente admisible la finalidad retributiva o justificación absoluta del castigo como fin en sí mismo, por lo que la pena debe ser necesaria para la protección de bienes jurídicos.

 

Es tiempo de cambios y concreción de fines constitucionales que continúan a la espera. Nuestra sociedad debe entender y atender la condición humana del delincuente, abandonando el estudio del ser a partir de posturas ontológicas tradicionales que conllevan al olvido del otro y, en su lugar, reconocer su cercanía y la responsabilidad conjunta sobre este. 

 

Resulta sugerente (alerta spoiler) la posibilidad del parentesco entre Batman y el Guasón. Llevado a un plano análogo de realidad, refleja la paradoja del origen del bien y el mal, introducidos en sujetos provenientes de un mismo tronco pero diferenciados ostensiblemente en la crianza y las condiciones de socialización. Más que de guasones, hablamos de seres humanos vivos y sensibles, que no pueden cifrarse y responden a las condiciones provistas por las entrañas de la misma sociedad.

 

[1] Personas que matan al menos a tres personas, por sus deseos y convicciones, más que por condiciones políticas, militares o económicas, según el perfilador criminal Robert K. Ressler.

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