25 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Derechos humanos: ¿antinaturales?

150695

Germán Burgos

Profesor asociado Facultad de Derecho

Universidad Nacional de Colombia

 

La Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 1º, enuncia: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Una de las ideas de trasfondo de ese enunciado plantea una referencia natural sobre tales derechos, los cuales se ligan a nuestro nacimiento y a nuestra pertenencia a la especie homo sapiens. Así como estamos dotados de conciencia y razón, nacemos con derechos que gozamos en nuestra calidad de humanos. Dados los primeros, debemos ser solidarios, aunque de acuerdo con los segundos, y como veremos, se reconoce lo contrario.

 

Visto en perspectiva, esta concepción de los derechos humanos se corresponde hasta cierto punto con la negación de cierta idea de la “naturaleza” humana e, igualmente, en el reconocimiento parcial de la misma. En efecto, vía estos derechos, entre otros dispositivos, buscamos enfrentar el pesimismo antropológico que especialmente en Occidente ha visualizado a los seres humanos como socialmente antisociales, es decir como inclinados al egoísmo, la envida, el oportunismo, etc., a pesar de que somos uno de los pocos mamíferos profundamente interdependientes de los demás. Sin embargo, y de otro lado, estos mismos derechos reconocen y proyectan ese individualismo.

 

En cuanto al primer sentido antes indicado, ciertos derechos y sus garantías se delinean como negación de esa “naturaleza” humana. Sería así como, a pesar de que biológica y sicológicamente somos diversos y, por ende, desiguales en varios sentidos, el derecho a un trato igual busca superar tal condición, haciéndonos iguales ante la ley y enlazando progresivamente diversos avances que limiten al máximo esas desigualdades naturales, ello a través de diversas nociones sobre la igualdad material. Por su parte, y como ya se indicó, pertenecemos a una especie profundamente interdependiente de otros homo sapiens, lo cual determina y enmarca nuestra libertad individual, pero, a pesar de ello, la noción de derechos individuales entroniza la centralidad de la persona aislada y autónomamente considerada.  Las presunciones de inocencia y de buena fe, entre otras, igualmente buscarían enfrentar lo que algunos consideran cierta inclinación a identificar culpables y/o a mentir en defensa de nuestros propios intereses.

 

En un segundo sentido, no se trata solo de la negación de dicha “naturaleza” humana, sino de su proyección y, en el fondo, de su instauración como referente de nuestra vida social. El catálogo de derechos y libertades individuales encarnan a un individuo autosuficiente que tiene per se facultades de acción en torno a su opinión, pensamiento, creencias, asociación, iniciativa etc., las cuales son resguardadas frente a las intromisiones indebidas del Estado y de los demás. La situación de este individuo aislado es tal que puede opinar o creer en lo que quiera sin tener mayor responsabilidad por sustentar sus diversas inclinaciones. Vivir esos ámbitos de libertad individual en convivencia con otros es, en parte, lo que explican nuestros conflictos, los cuales no siempre se tramitan a partir de la asunción efectiva de los límites a nuestros espacios de acción.

 

La concepción pesimista, pero inevitable de la condición humana antes indicada, es controvertible desde distintos enfoques que encuentran que la misma está lejos de ser natural. Para el marxismo, sería el capitalismo el que nos haría egoístas y explotadores del prójimo. Para los seguidores de Rousseau, sería la sociedad la que nos corrompe y distancia de ese estado natural del buen salvaje al que, por lo demás, nuevas lecturas asocian la inevitable cooperación que ha acompañado a la historia humana y nos ha hecho la especie dominante. Ante ello, desde la neurociencia, se ha tratado de ubicar cierto componente biológico de ese egoísmo muy en la línea de cierto darwinismo social.

 

Al margen de la anterior discusión, parece claro que el discurso de los derechos humanos se sustenta, de una u otra forma, en una lectura pesimista de nuestra especie, la cual busca ser enfrentada por el derecho en cuanto una de las expresiones de la cultura. Sería así como, de un lado, buscamos subvertir esa “naturaleza” humana negándola vía enunciados de libertad e igualdad ante la ley, mientras simultáneamente enarbolamos y ayudamos a construir la idea de un individuo aislado de los demás y de su entorno. En suma, sería una forma de expresión de nuestra insociable sociabilidad ya ubicada hace bastante tiempo por el pensamiento kantiano. Como se acabó de plantear, mientras nuestra razón y conciencia nos deben llevar al altruismo, la noción de derechos nos precipita de cierta forma hacia lo contrario.

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