“Un juez razona mejor cuando lo hace con empatía y preocupación humana”
23 de Enero de 2019
Daniel Currea Moncada
Estudiante de 7º semestre de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad Javeriana
En el marco de la celebración de los 50 años de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, se le otorgó el Premio Sócrates al exmagistrado de la Corte Constitucional de Sudáfrica Albert “Albie” Sachs. Esta es la distinción más alta entregada por los profesores y estudiantes de esa institución a catedráticos o juristas colombianos o internacionales, por sus contribuciones a la enseñanza, a la investigación y, en general, a la cultura jurídica.
Desde los 17 años, Sachs ha sido un activista de los derechos humanos, especialmente frente a la lucha contra el apartheid. Por eso motivo, sufrió un atentado en Mozambique, en el que perdió un abrazo y un ojo. Durante 15 años, fue miembro de la Corte Constitucional de Sudáfrica y promotor de una nueva carta de derechos.
Daniel Currea Moncada, estudiante de 7º semestre de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad Javeriana, conversó con este exmagistrado y defensor de los derechos humanos.
ÁMBITO JURÍDICO: En la contraportada de su libro ‘The Strange Alchemy of Life and Law’ (‘La extraña alquimia entre la vida y el Derecho’, Oxford University Press, 2009) se hace la siguiente pregunta: ¿Debería un juez ser un instrumento de razón pura y desapegada, o una persona empapada de empatía humana? Hoy, ¿cuál es su respuesta a dicha pregunta?
Albie Sachs: Sin duda, el juez debe razonar, pero el juez no puede ser un instrumento de la razón pura que se desconecta de la realidad y la experiencia humana. Para mí, razón y pasión no son antagonistas, sino ideas simbióticas. La pasión debe ser regulada y ordenada, pero la razón pura al final puede llevar a resultados desastrosos, sobre todo, cuando se desconecta de la experiencia de las personas comunes, cuando se convierte en la manifestación patente de una lógica fría y pura que no logra conectarse con la vida tal como es experimentada por las personas comunes.
Siento que un juez razona mejor cuando lo hace con empatía y preocupación humana. Este razonamiento es más fuerte, tiene más textura. Al mismo tiempo, la preocupación humana no es pura subjetividad o algo que está flotando en el espacio, sino que debe ir cargada de disciplina, debe ser una forma ordenada de mirar al mundo, y desde allí hacer el razonamiento legal y judicial, para llegar a una respuesta que combine razón y pasión.
Á. J.: Constantemente usted usa el término de la “suave venganza”. ¿Podría explicárnoslo?
A. S.: Empecé a usar este término en respuesta a un discurso que fue lanzado por alguien que sintió mucha rabia cuando fui víctima de una bomba y perdí un brazo y un ojo. Esta persona me llamó y me dijo ‘Albie, vamos a vengar lo que te hicieron’, en ese momento yo pensé ‘¿vengar? ¿acaso vamos a hacer esto mismo a otras personas? ¿acaso queremos heredar a las futuras generaciones un país, una nación de personas sin brazos ni ojos fruto de la venganza? ¡Ese no es el futuro por el que estamos luchando!’. Así, en mi concepto, la “suave venganza” consistió en alcanzar la democracia, la libertad, el Estado de Derecho.
Podría decir que fue una respuesta emocional frente a un tipo de venganza de la cual no quería ser parte. Si la venganza consiste simplemente en una revancha, entonces te empiezas a parecer a aquellos que trataron de asesinarte, y esto para ellos puede resultar en su victoria, pues significa que uno se ha hundido al mismo nivel de ellos. La “suave venganza” consiste en trascender la emoción causada por el conflicto, levantarse con un espíritu generoso, con una mente abierta y un sentido de humanidad que permita evitar que las ofensas pasadas se repitan, y buscar convertir lo negativo en positivo. Eso es, para mí, una “suave venganza”.
Á. J.: En línea con lo anterior, ¿podría explicarnos qué significa para usted la palabra “reconciliación”?
A. S.: Creo que es un término que tiene muchos ingredientes y muchas etapas, no es un estado que se alcance de un momento a otro. Es un camino en el cual se deben ir eliminando las fuentes de tensiones y de odio, sean estas heredadas, subjetivas o personales, o incluso fruto de un legado cultural. En dicho camino, estas se van eliminando y se va descubriendo la humanidad presente en cada ser humano, en los abandonados, incluso en los antiguos enemigos.
También, es necesario que en este camino se encuentren estándares y formas de hacer las cosas que permitan a las personas vivir juntas en una misma sociedad, sin que ello implique tener los mismos gustos o comportarse de la misma manera, pero sí ser capaces de aceptar algunas normas y valores comunes. Si se logra alcanzar esto, ya se tiene la base de la reconciliación y esta eventualmente puede llegar. Ahora, cuando el odio se refleja en la desigualdad social imperante, no será posible alcanzar la reconciliación simplemente a través de palabras, en estos contextos deben crearse los medios que permitan que se transformen las vidas de las personas. No llegará una verdadera reconciliación, si no se enfrentan las fuentes del odio en la sociedad.
Á. J.: ¿Cómo puede una sociedad como la colombiana alcanzar dicha reconciliación en medio de las profundas divisiones que se han suscitado en este proceso de transición?
A. S.: Es algo que se debe ir construyendo paso a paso. Cada vez más se deben ir evitando conflictos y divisiones innecesarias, pero ello implica que deben enfrentarse las dificultades que van surgiendo. Por ello, es necesario entender que lo que más se necesita es encontrar formas de conversar, de mirarse a los ojos unos a otros y descubrir en cada persona un ser humano. Una vez se logre esto, ya se tiene el punto de partida para buscar soluciones a los problemas comunes.
Á. J.: ¿Cuál debe ser el rol de las cortes constitucionales en una sociedad democrática, especialmente, para evitar que su intervención tenga un alto costo en términos de la participación y la deliberación ciudadana?
A. S.: Creo que las cortes constitucionales son mucho más efectivas cuando logran reflejar el idealismo y la esperanza de justicia de los ciudadanos y están en sintonía con estas aspiraciones. En segundo lugar, pienso que una Corte será exitosa cuando funciona de una manera en que sus decisiones no solo están bien justificadas en términos de razonamiento, sino que también se encuentra en sintonía con las necesidades de las personas sin abandonar el texto y el espíritu de la Constitución. Pienso que cuando la Corte actúa de esta manera ni la Rama Legislativa ni el Presidente pueden decir que está extralimitando sus funciones, o quitándoles su trabajo, sino que, por el contrario, los está animando a tomarse en serio su trabajo y a ser más efectivos.
Ciertamente, en Sudáfrica, nos dimos cuenta que cuando era necesaria la intervención de la Corte Constitucional, había un efecto revitalizador en el Parlamento, para que este hiciera su trabajo de forma más adecuada, a su manera y tomando sus propias decisiones. De otro lado, nuestra intervención también tuvo un efecto “moralizador” de la presidencia, sobre todo para recordarle a la persona que transitoriamente la ocupa que él o ella no es simplemente una persona muy importante en un sistema de gobierno, legitimada en unas elecciones para gobernar, sino que como Presidente debe representar los valores y el espíritu de la Constitución en todas sus acciones.
Á. J.: Usted menciona que las experiencias de vida afectan la toma de decisiones legales de muchas maneras, pero, ¿cómo afecta la vida ser juez?
A. S.: Algunas personas, muchas de ellas muy cercanas a mí, dirían que en una forma muy negativa. En parte, creo que lo dicen porque al ser juez uno puede caer en el riesgo de convertir cualquier situación de la vida en un problema jurídico, y eso te lleva a perder las respuestas intuitivas y tu capacidad de ser espontáneo. Sin duda, creo que esto es una manera negativa de comportarse, aun siendo juez, en circunstancias de la vida donde no se está frente a un litigio; hacerlo es inapropiado.
Sin embargo, para mí, el legado más valioso de haber sido juez lo encuentro en la capacidad de desarrollar un espíritu de hermandad con mis colegas en la Corte. Todos ellos tenían diferentes pasados y orígenes y profundas filosofías de vida bastante contrarias a las mías, pero fuimos capaces de encontrar puntos fuertes de acuerdo a la hora de interpretar la Constitución. Esto fue muy conmovedor para mí, y a la vez creo que es una fuente de gran esperanza en la medida en que refleja que existen ciertas normas, valores y estándares que son capaces de hacer trascender las particularidades de los individuos, incluso de aquellos más fuertes, para llevarlos a tender puentes entre ellos. Esto creo que puede ser un ejemplo para la sociedad, tanto en su convivencia más íntima como en las esferas públicas. En mi concepto, fue la mejor lección que pude aprender como juez.
Nota: Una versión más corta de esta entrevista fue publicada en la revista Hoy en la Javeriana, en diciembre del 2018.
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