24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 13 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Pensar rápido, pensar despacio: reflexiones para penalistas

170112

Alejandro Sánchez
Abogado penalista, doctor en Derecho, conjuez de la Corte Suprema de Justicia
@alfesac

¿Cuál de estas líneas horizontales es más larga?

Esta es la famosa ilusión de Müller-Lyer; espejismo visual, porque las dos líneas tienen la misma longitud. El ejercicio es utilizado por el autor del libro Pensar rápido, pensar despacio, el sicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, para sustentar una parte de su teoría: muchos de los juicios y decisiones del ser humano están soportados en ilusiones (visuales y cognitivas), sesgos e intuiciones, difíciles de superar, al punto que, como con las dos líneas, muchos seguirán sosteniendo que son distintas.

Kahneman trabaja sobre una rama de la sicología que se dedica a la teoría del juicio y la decisión. Muchas de sus conclusiones están basadas en la observación de grupos focales a los cuales aplican pruebas seguidas con metodologías precisas de la especialidad.

Algunos resultados refieren asuntos de la justicia. Por ejemplo, a partir de decisiones sobre libertad condicional de jueces con agotamiento físico (midieron el tiempo que tomaron para descansar, tomar alimentos y decidir) concluyeron que: “jueces cansados y hambrientos tienden a tomar la decisión más fácil y común de denegar las peticiones de libertad condicional. La fatiga y el hambre probablemente sean determinantes aquí”. Oportuno sería que todos los jueces de garantías lo conocieran.

La tesis general del texto refiere que, en materia de decisiones y juicios, los humanos actuamos primero por intuiciones, impulsos y emociones más que por racionalidad, lo que aplica tanto en los dilemas cotidianos –comprar vivienda o alquilarla– como en asuntos más sensibles –como condenar o absolver a una persona–.

Lo difícil del asunto es que esa operación se hace inconscientemente, guiada por influencias o sesgos que difícilmente pueden controlarse. Quiero en esta ocasión mencionar dos que aplican al mundo judicial:

El primero es el priming o el efecto halo: la mente da prelación a las primeras impresiones y la información subsiguiente es adaptada o incluso despreciada. Por ello, un testigo no tiene que discutir con otro lo que vio o escuchó respecto del caso. Hacerlo implicaría que sus sesgos contagien al otro testigo: “Los testigos que intercambian sus experiencias tenderán a cometer errores similares en su testimonio, reduciendo el valor total de la información que proporcionan”.

Desde el punto de vista de un defensor penal, el priming y el efecto halo no son favorables, por aquello de la garantía a la última palabra. Antes del defensor, los medios de comunicación, el fiscal y la víctima han influido en el juez. Como lo plantea el autor, conocer que el sesgo existe es una buena herramienta preventiva; pero inclusive con entrenamiento experto frente a sesgos, la tendencia a resolver basado en ellos suele prevalecer.

El segundo es el sesgo de disponibilidad: tomar decisiones a partir de la información disponible, y no de la evidencia suficiente o necesaria. Aplica tanto para decisiones a nivel general como las de los legisladores. Muchas de las políticas públicas, en material penal, por ejemplo, parecen guiadas por la información disponible, donde los medios de comunicación priorizan aquella que el ciudadano consume con más facilidad. Otro tema es qué tanto esa información disponible refiere a asuntos verdaderamente importantes desde un perspectiva cuantitativa y cualitativa.

También opera en juicios particulares, donde el ser humano completa la información disponible con elementos subjetivos, sin importar lo escaso de la evidencia: “Construimos la mejor historia posible partiendo de la información disponible, y si la historia es buena, la creemos. Paradójicamente, es más fácil construir una historia coherente cuando nuestro conocimiento es escaso, cuando las piezas del rompecabezas no pasan de unas pocas. Nuestra consoladora convicción de que el mundo tiene sentido descansa sobre un fundamento seguro: nuestra capacidad casi ilimitada para ignorar nuestra ignorancia”.

El autor plantea que pueden darse discusiones razonables sobre si en una democracia se pueden tomar decisiones legislativas y políticas públicas basadas solo en información disponible, pero otra cosa es admitir que expertos en asuntos sensibles –la vida, la libertad, la economía de un país–, se dejen influenciar por aquello que los medios priorizan o disponen para el público.

Hay mucho que decir y aplicar en el mundo judicial de este importante texto. Intentaré hacerlo en próximas columnas.

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