Con paro o sin paro, los animales siguen muriendo
Ricardo Díaz Alarcón
Abogado de la Universidad de los Andes, especialista en Derecho Ambiental de la Universidad del Rosario y magíster en Derecho (LL. M.) de la Universidad de Harvard (EE UU)
Durante el paro de transportadores de la primera semana de septiembre, varios medios de comunicación informaron sobre la muerte de decenas de animales que quedaron atrapados en camiones. Sin agua ni alimentos, hacinados en espacios diminutos y expuestos a altas temperaturas por más de 24 horas, muchos animales murieron antes de llegar a sus destinos. Paradójicamente, ese destino era el matadero. Esta contradicción –indignarse por la muerte más visible, sin cuestionar la injusticia que la provoca– demuestra un profundo desconocimiento de lo que les sucede a los animales en la industria alimentaria en Colombia y por qué representa uno de los principales problemas éticos y jurídicos en el país.
El sufrimiento es la norma
Esta no es la primera vez que se habla del sufrimiento de los animales durante un paro. Durante el paro nacional de 2021, previendo que la escasez de alimento para animales mataría a miles de pollos de un día, algunos productores avícolas los sacaron a las calles para que las personas se los llevaran.
Estas imágenes de camiones atestados de cerdos o de aves recién nacidas dejadas a su suerte en una carretera conmueven a muchos, porque hacen visible lo que normalmente no lo es. Pero, con o sin paro, la situación de los animales usados para consumo es casi la misma. Todos los días, miles de vacas, cerdos, pollos y otros animales son matados a puerta cerrada. En la industria avícola de producción de huevo, los machos no tienen utilidad –pues no ponen huevos y se consideran inadecuados para engorde–, por lo que son triturados vivos apenas nacen.
Los animales que son criados y engordados viven un destino igual o peor. Antes de llegar al matadero, los animales son hacinados y transportados durante horas sin descanso, sin agua ni alimento, en vehículos sin las adecuaciones necesarias. Nada obliga a los transportadores a capacitarse ni a darles descanso, agua y alimento a los animales si la ruta excede un cierto número de horas. En otras palabras, para muchos animales un paro de transportadores no cambia nada: el hambre, la sed, el hacinamiento, el dolor y la muerte son las mismas.
El transporte marítimo de animales
Durante el paro de transportadores de este año, los animales que quedaron atrapados vivieron un infierno que duró hasta cinco días. Los animales que son transportados vivos por vía marítima desde Colombia, la mayoría hacia países de Medio Oriente, deben pasar alrededor de 30 días en condiciones inimaginables.
En barcos fabricados para transportar contenedores, los animales llegan sumergidos en sus propias heces y orina, debilitados y enfermos por el hacinamiento y la contaminación generalizada. Los animales que mueren son arrojados al mar; muchos llegan flotando a las costas. Los que sobreviven, a menudo llegan enfermos o fracturados, solo para ser matados a miles de kilómetros de donde nacieron.
Aunque en el resto del mundo el transporte marítimo de animales vivos se está prohibiendo por el sufrimiento inmenso que le es intrínseco –incluyendo el Reino Unido, Nueva Zelanda y próximamente Australia– en Colombia, estas exportaciones van en aumento. En 2017, Colombia exportó 83.000 animales vivos por mar, mientras que en 2023 la cifra subió a más de 300.000. Solo entre enero y marzo de 2024, se exportaron casi 100.000 animales vivos por mar desde Colombia.
Como sucede con el transporte terrestre, el Estado les da carta blanca a los transportadores para que hagan lo que quieran con los animales. Aunque el Código Sanitario para los Animales Terrestres de la Organización Mundial de Sanidad Animal establece que el exportador es responsable del bienestar de los animales desde el embarque hasta el desembarque y las autoridades competentes del país exportador deben establecer normas de bienestar animal aplicables antes y durante el viaje, el Instituto Colombiano Agropecuario argumenta que su jurisdicción termina cuando el barco zarpa. Pero ni siquiera en territorio colombiano se verifican las condiciones de los animales, ni la capacidad del transportador para garantizar su bienestar, ni un acompañamiento veterinario adecuado. La indiferencia de las autoridades y de los exportadores es absoluta.
Un asunto ético y de justicia
Es necesario expedir normas y crear la capacidad institucional para proteger a los animales durante eventos excepcionales, como los paros (además, así lo exige el artículo 28 de la Ley 84 de 1989). Pero mucho más urgentes son las normas e instituciones para la “normalidad”: el resto de los días del año en los que los animales igualmente sufren y mueren sin ninguna protección legal.
Históricamente, el Congreso y el Gobierno han sido y siguen siendo indiferentes al sufrimiento de los animales usados para consumo. En ese contexto de indolencia e injusticia generalizadas, la Corte Constitucional tuvo que conceptualizar un mandato constitucional de protección animal, que hoy es obligatorio para todas las autoridades y los particulares en Colombia. Es probable que también en este asunto sea la justicia la que tenga que intervenir para que la situación de los animales usados para consumo en el país mejore.
En todo caso, como ciudadanos tenemos mucho en nuestras manos: podemos alzar la voz para que otros sepan de estas injusticias, así como firmar y apoyar iniciativas que buscan terminar con ellas. Pero más importante es el poder de decidir a quién ponemos en nuestro plato. Es nuestra decisión financiar o no una industria que se enriquece de la agonía y la explotación de otros seres vivos.
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