Alberto Echavarría Saldarriaga, ‘in memoriam’
Enán Arrieta Burgos
Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana
El 11 de mayo del 2023, Alberto Echavarría Saldarriaga (1957-2023) falleció en su hogar, rodeado de sus seres queridos. De forma abrupta e imprevista, como un motor que se detiene en el aire, Alberto partió, dejando un vacío en quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y admirarlo. A riesgo de parecer injusto con una semblanza incompleta y trivial, quisiera dedicar esta columna, principalmente, a honrar algunas lecciones de vida que nos deja como legado.
Durante más de 30 años, Alberto se desempeñó como Vicepresidente de Asuntos Jurídicos de la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (Andi). En el concierto internacional del mundo del trabajo, Alberto ocupó, por décadas, los más importantes cargos a los que un abogado laboralista puede aspirar: miembro del Consejo de Administración y del Comité de Libertad Sindical de la Organización Internacional del Trabajo. También se desempeñó como portavoz de la Organización Internacional de Empleadores (OIE). Sin embargo, Alberto fue mucho más que un experto en derecho laboral. Como abogado, empresario y líder gremial, la voz de Alberto se hizo escuchar, con respeto y rigor, en las principales discusiones jurídicas y sociales que ocuparon la agenda la pública del país.
Alberto fue también, y por encima de todas las cosas, un ser humano ejemplar. Lejos de haber sido una persona egoísta, su generosidad intelectual me motiva a compartir con ustedes cinco de sus enseñanzas.
1. Comenzar por las consecuencias prácticas. Parece algo muy simple, pero quienes estamos habituados al encumbrado mundo de las formas jurídicas a menudo olvidamos que nuestro oficio consiste en hacer cosas con palabras. Antes que evaluar si una disposición es legal o ilegal, antes de calificar las interpretaciones como erradas o atinadas, es necesario preguntarnos por los efectos de nuestras decisiones. Solo si analizamos el impacto de nuestro quehacer seremos capaces de fijar posiciones razonables. El poder nos hace responsables de nuestras decisiones.
2. Pensar en grande. Las personas, y más aún los abogados, estamos acostumbrados a enfocarnos en el detalle, a hacer de la parte un todo, de la excepción un mundo, del caso la regla general. Con frecuencia no somos conscientes de la huella que nuestras decisiones dejan, a nivel macro, en el colectivo social. Si de verdad queremos hacer de la justicia una práctica de vida, nunca podemos perder de vista el contexto general en el que actuamos, asesoramos o litigamos. Por ello, un dirigente gremial defiende intereses que resultan esenciales para el bien de todo el país y no solo para el beneficio particular de una empresa.
3. Pensar el derecho más allá del derecho. No sé si Alberto fue un sociólogo, un antropólogo o un economista en potencia, pero sus análisis siempre trascendieron la órbita del inciso y del parágrafo. Pensar fuera de la caja, tomar distancia de la norma para comprenderla en sus distintas dimensiones, era una condición necesaria a la que siempre nos retaba con cada conversación. Conversar con él era una invitación a dialogar con la sabiduría de los años, pero, también, con la curiosidad de alguien que, con amabilidad y entusiasmo, siempre estaba dispuesto a aprender y a enseñar algo nuevo.
4. El diálogo social no es retórica. La muerte de Alberto ha sido lamentada por los gremios, por el gobierno, por la OIT y por las centrales sindicales. Artífice y partícipe de múltiples concertaciones a nivel nacional e internacional, lo que hizo, pero también lo que dejó de hacer o lo que dejó pasar, son prueba suficiente de que el diálogo social es posible y deseable. Y no solo en el ámbito laboral. La presencia de Alberto, y ahora su ausencia o, más bien, su forma ausente de estar presente en nosotros, se hizo y se hará sentir en las más importantes conversaciones democráticas en torno a los derechos humanos, el derecho comercial, el medioambiente, la sostenibilidad y el régimen tributario, entre otras.
5. Tranquilidad, alegría y humildad. Al igual que muchos, guardo en mi mente el vívido recuerdo de un hombre que inspiraba tranquilidad y alegría. Haber ocupado los cargos que desempeñó de seguro nunca fue una tarea fácil. Pese a ello, Alberto contagiaba vitalidad y serenidad. Demasiada es la bondad de quienes nos regalan tanto. Detrás quizás había una enseñanza aún más profunda: el miedo y el odio no conducen a decisiones sabias. Y de la mano de una sencillez atípica en personas que ostentan tan altas responsabilidades, Alberto, con un comentario jocoso en el momento oportuno, a través de una observación inteligente o valiéndose de una expresión cariñosa, afirmaba el valor infinito de cada instante a su lado.
Me gustaría finalizar con una reflexión. Conocí a Alberto en el 2016. Si en estos pocos años fueron tantos los aprendizajes, no me alcanzo a imaginar lo que significó su partida, pero también su llegada, en la vida de quienes coincidieron con él por mucho más tiempo. A sus amigos, mi solidaridad; a su familia, mis condolencias, y a su memoria, esta pequeña columna, dedicada a un gran ser humano.
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