27 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 5 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Al Margen

Ruido

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Juan Manuel Camargo

 

El libro Ruido: una falla en el juicio humano (Kahneman, Sibony y Sunstein) es una obra que todas las personas que toman decisiones deberían leer (aunque, probablemente, no les guste todo lo que lean allí).

 

Se trata de un análisis de por qué se toman decisiones erradas y qué se puede hacer para evitarlo. Lo que los autores llaman ruido se refiere a la diferencia de juicios ante situaciones o personas que son similares (y que, por lo tanto, merecerían juicios análogos). El ruido es diferente al sesgo, que consiste en juzgar las situaciones o personas con cierto prejuicio o predisposición. En general, dicen los autores, hay una preocupación constante por evitar el sesgo, pero no sucede lo mismo con el ruido, un defecto en la práctica de juzgar que, a menudo, pasa desapercibido.

 

Hay aspectos de la vida en las que es muy necesaria la ausencia de desviaciones en cuanto a los juicios; por ejemplo, en los procesos judiciales. El libro dedica un valioso espacio a relatar la cruzada del juez Marvin Frankel, de EE UU, que, en 1973, dio a conocer varios casos en los que las condenas judiciales habían sido notoriamente divergentes ante situaciones de hecho prácticamente iguales. Se refiere, por ejemplo, a los casos de dos hombres, sin antecedentes criminales, que habían sido capturados por cambiar cheques falsificados; uno, por la cantidad de 58,40 dólares, y otro, por la suma de 35,20 dólares. El primer hombre fue sentenciado a 15 años de prisión, y el segundo, solo a 117 días.

 

Los ejemplos del juez Frankel llevaron a varios estudios, el primero dirigido por el mismo juez, y otros adelantados por distintos organismos gubernamentales o académicos. En general, los resultados apuntaron a que no se podía esperar uniformidad en las decisiones de los jueces, ya que, ante las mismas hipótesis, se presentaba una enorme diferencia en las condenas. Los estudios revelaron otros descubrimientos escandalosos. Por ejemplo, se estableció que los jueces estaban más dispuestos a conceder libertad bajo palabra al principio del día, o inmediatamente después de una pausa para comer, mientras que, al final del día, o cuando el hambre los acuciaba, estaban más inclinados a negar el beneficio. Peor aún, un estudio de miles de sentencias de la corte de menores reveló que los jueces proferían sentencias más duras después de una derrota del equipo local de fútbol americano.

 

Y el ruido, por supuesto, no se limita a EE UU. Un estudio de seis millones de decisiones judiciales de Francia reveló que los acusados eran tratados con más benignidad si se daba la casualidad de que cumplían años en la fecha de sentencia. A veces, algo tan irrelevante como la temperatura exterior influenciaba la decisión. Una revisión de 207.000 casos de inmigración reveló que los peticionarios tenían menos oportunidad de que se le concediera asilo en los días calurosos.  

 

La obra en comento es exhaustiva, sustentada, difícil de aceptar, ya que sus enseñanzas son contraevidentes y chocan demasiado con la práctica usual (concluye, por ejemplo, que las entrevistas laborales son inútiles y la mayoría de las veces conduce a escoger a los candidatos menos idóneos para un puesto).

 

Valdría la pena que en Colombia se adelantara un estudio similar para verificar qué tanta coherencia podemos esperar de las decisiones de nuestros jueces, especialmente en materia penal.

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