26 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Mirada Global

La revuelta de Yale y Berkeley contra los ‘rankings’ en Derecho

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Grenfieth de J. Sierra Cadena

Profesor asociado y director de la Especialización en Derecho Administrativo y del Área de Teoría Jurídica de la Universidad del Rosario

 

Desde hace algunos años, en América Latina y en Colombia los rankings de las escuelas de Derecho se han constituido en un referente de la “calidad” y el “reconocimiento”. Pocas universidades escapan a esta moda, y hoy es un factor de prestigio. La idea de medir, clasificar y jerarquizar el conocimiento nació en el mundo angloamericano como un instrumento neoliberal de medición de criterios de eficiencia y de calidad para la educación bajo la teoría del costo y el precio, y evidentemente del retorno. ¿Quién podría oponerse a utilizar un criterio que privilegia la “objetividad”? y ¿No estar en el lado bueno de la historia?

 

En este mundo de estándares una pregunta nunca fue resuelta por los rankings: ¿Es posible medir la formación en Derecho como conocimiento universal y estandarizado cuando los sistemas jurídicos nacionales y regionales son productos de las realidades sociales y culturales de sociedades diversas, con valores a geometría variable? Pues esta es la pregunta, que hoy dos de las más importantes universidades de EE UU intentan responder. Las escuelas de Derecho de Yale y de Berkeley manifiestan su deseo de no participar más en rankings de medición. El 16 de noviembre del 2022, la decana de la Facultad de Derecho, de Yale Heather K Gerken, manifiestó: “hemos llegado a un punto en el que el proceso de clasificación está socavando los compromisos fundamentales de la profesión jurídica”, y criticó la metodología de recopilación de datos, la cual no se ajusta a la verdad de la universidad y a sus esfuerzos; y agregó: “su enfoque no solo falla en el avance de la profesión legal, sino que se interpone de lleno en el campo del progreso”.

 

La decana, además, afirmó que los rankings desvalorizan el pensamiento crítico de los estudiantes de doctorado y de maestrías en investigación por no asumir un criterio de rentabilidad y empleabilidad bien pago de forma rápida; los rankings clasifican a estos estudiantes como desempleados. El espíritu de Yale es formar investigadores y no solo abogados bien remunerados en firmas, anota la decana, “este enfoque retrogrado desalienta a las universidades a formar más en investigación y una proyección profesional de interés colectivo”.

 

De su parte Erwin Chermerinsky, de la Universidad de Berkeley, el 17 de noviembre se sumó a la revuelta y presentó tres argumentos para su retiro de los rankings en la misma línea de Yale: el modelo de medición ignora y penaliza a los graduados de niveles avanzados de formación como maestrías en investigación y doctorado; la metodología de clasificación crea incentivos negativos que restan prioridad a los valores que creemos son fundamentales para nuestra profesión y nuestro rol en la sociedad y los rankings penalizan a las escuelas de Derecho que tienen como vocación formar abogados para el sector y el servicio público.

 

Estas afirmaciones no son una novedad. Desde siempre, en Europa las universidades alemanas y francesas se negaron a participar en estos simulacros de excelencia, a pesar de contar con escuelas de Derecho de varios siglos de historia y de excelencia académica probada. ¿Quién podría cuestionar el rol de las escuelas jurídicas alemanas en la construcción del pensamiento jurídico en Occidente? Pero su clasificación en los rankings las ubica en los lugares medio de la tabla. Extraño despropósito. El neoliberalismo no solo pervierte la economía, haciéndola abandonar toda idea de responsabilidad moral, también está destruyendo los fundamentos de la universidad bajo criterios de rentabilidad, reconocimiento y altos salarios.

 

La universidad se dirige a ser una parodia de Tik Tok en la sociedad del espectáculo global. Por ello, resulta tan significativo que sea de las universidades de EEUU y, en particular, de los “quilates” como Yale de donde provenga la crítica. Es el modelo de universidad lo que está en juego, su rol en la sociedad y su supervivencia para abordar los grandes desafíos morales que como sociedad global debemos afrontar.

 

En América Latina, esta crítica tendrá eco. Lo ha dicho Yale, y eso ya será tendencia. Veremos próximamente aplausos a estos comunicados y las vanguardias de la crítica se sumarán y se harán notar. Pero seguiremos sin resolver nuestro drama local: ¿El destino de la universidad latinoamericana está ligado a seguir las tendencias de la moda académica angloamericana y sus criterios de medición, rentabilidad y noción de lo “bueno” en la academia? Me acuerdo de esa hermosa frase de Nietzsche “El hombre bueno nunca dice la verdad, el hombre bueno enseña el falso arte y las falsas certidumbres”. Tal vez, y digo tal vez, debamos regresar a la esencia del pensamiento crítico para encontrar respuestas. Dejar de pensar en la moda, en la tendencia, en el ranking y en lo políticamente correcto, asumiendo el valor de pensar en lo necesario y en lo contra mayoritario como esencia del progreso científico, es decir dejar de ser buenos para comenzar a ser nosotros mismos.

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