26 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

La crítica y el poder del lenguaje del Derecho en ‘El invencible verano de Liliana’

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Jorge González Jácome

Profesor asociado Universidad de los Andes

 

Es desgarrador. Su hermana, Liliana, víctima de un feminicidio en Ciudad de México hace casi 30 años. Cristina, prestigiosa escritora, hace lo que mejor sabe hacer: escribe un libro para recordarla con palabras, para que el mundo sepa qué fue lo que pasó, quién lo hizo, para que podamos volver a oír la voz de Liliana leyendo sus cartas y tarjetas, para que podamos acompañarla en exploraciones sobre la culpa y la vergüenza del sobreviviente. El libro se llama El invencible verano de Liliana (Penguin Random House, 2021) y su autora es Cristina Rivera Garza.

 

He releído su primer capítulo varias veces. Hay una arruga que atraviesa verticalmente la carátula del ejemplar que tengo, delatando lo mucho que lo he abierto y cerrado desde que lo compré hace unos meses. El primer capítulo tiene una cantidad de asteriscos al margen y de algunas palabras que he ido anotando, confiando en que, cuando las lea, ellas me vuelvan a traer al poder de las palabras, los afectos y las emociones que he sentido cada vez que lo leo. Pero nada mejor que volver a leerlo, sin confiar en mis notas, para retornar al sitio de conmoción, tristeza y esperanza al que me ha llevado el libro.

 

Este semestre decidí llevarlo al programa de clases del curso de Teoría Jurídica, con el fin de hacer una primera aproximación al tema de las teorías feministas del Derecho. Sin que el libro tenga pretensiones teóricas explícitas, el primer capítulo enfrentó a los estudiantes a unas preguntas sobre el lenguaje jurídico y sobre la relación entre el Derecho y la justicia que estuvieron rondando durante buena parte del semestre. Cristina Rivera intenta encontrar el expediente del feminicidio de su hermana luego de 30 años de que ocurriera, de que se cerrara la causa, de que se determinara al culpable y de que este hubiera huido sin cumplir la condena por su crimen. Y en esa búsqueda se enfrenta a un laberíntico sistema de justicia que evoca algo de lo que Kafka nos había alertado: la odiosa burocracia que congela el tiempo, reduce el espacio y dilata eternamente la posibilidad de una justicia humana.

 

Pero hay más en el relato de la búsqueda del expediente del asesinato de Liliana. Está, sobre todo, el estupor de Cristina por el lenguaje y el género del Derecho, que contribuyen a desconectar la pulsión más visceral y humana por la justicia con lo que es posible en el sistema que la administra. No obstante, la crítica no está exenta de ironías y paradojas. A pesar de que las palabras que cierran el sistema –por ejemplo, aquellas mediante las cuales se redacta un memorial, se escribe un derecho de petición de información, se solicita un expediente– se ven como absurdas y obstáculos a la satisfacción de pulsiones humanas, también queremos habitar en ellas porque nos producen algo de sosiego, porque de alguna manera reparan lo que se rompe.

 

Eso explica, quizás, por qué la autora se empeña en recuperar un expediente a pesar de que sabemos la historia de lo que ocurrió, sabemos la verdad desde el principio: hay algo en las palabras del Derecho, en su formación como objeto material –el expediente– que también satisface nuestros deseos de justicia siendo difícil pensar en ella como algo previo o completamente diferente al Derecho. Los dos campos son indisolubles. Y las palabras del Derecho son fundamentales en esta forma de asociarnos con la justicia. El impulso por enfrentar el sistema y buscar un expediente atravesando los laberintos de la burocracia mexicana, nos dice la narradora, es motivado por lo que ha ocurrido en los últimos 30 años después del asesinato de su hermana: la lucha de millones de mujeres que han reclamado el derecho a seguir vivas, como Cristina Rivera lo nombra. Y, sobre todo, porque luego de 30 años hay un lenguaje para nombrar lo que pasó: feminicidio. Porque no es poco abrir el Derecho a ese lenguaje que repara y abre caminos de lucha, porque sin lenguaje, las cosas son más difíciles, porque sin esas palabras muchas muertes como las de Liliana fueron “crímenes de pasión (…) andaba en malos pasos (…) ¿para qué se viste así?” (pág. 34).

 

En la lectura del libro, en especial del primer capítulo, queda una sensación ambigua sobre el dilema del Derecho. Una crítica del Derecho podría preguntarse por la deshumanización del procedimiento para acceder a la justicia y hacernos renunciar a una lucha que nos lleva a hacer filas, a hablar con burócratas desalmados y a atravesar laberintos interminables sin salidas claras. ¿Habrá un mejor sistema para reparar lo dañado? Pero, al mismo tiempo, la esperanza en encontrar el expediente, en que el culpable pague por lo que hizo, en que la violencia inherente al Derecho finalmente opere en favor de la justicia es demasiado intensa como para renunciar a ella. El libro es, entonces, una bella forma de enfrentarnos a los problemas de la crítica del Derecho y a la lucha histórica de unas mujeres que han producido un lenguaje que nos ha ayudado y forzado a ver el mundo con otros ojos.

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