27 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 25 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Visibilizar a la mujer, palabras de género común, desdoblamiento

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Fernando Ávila

Fundación Redacción

feravila@cable.net.co

 

La primera abogada colombiana, Gabriela Peláez, entró a las aulas de Derecho en 1936. Esmeralda Arboleda, una de las primeras abogadas, lideró el movimiento sufragista, a favor del voto de la mujer, que se logró en 1954. Después han venido la primera alcaldesa, la primera gobernadora, la primera ministra, la primera vicepresidenta..., porque estamos en el primer siglo de estos cambios. Por estos días se habla de la primera rectora en 155 años de la Universidad Nacional, Dolly Montoya, y de la primera rectora en 70 años de la Universidad de los Andes, Raquel Bernal Salazar. También ha sido noticia de estos últimos tiempos Brigitte Baptiste, rectora de la Universidad EAN. De ella se destaca que es la primera mujer trans que dirige una universidad en Colombia.

 

Neologismos  

 

A las nuevas realidades se les va dando nombre. Así han ido surgiendo sustantivos y adjetivos que hace unos años no existían, pilota, música, árbitra. El Icfes indicó ya hace años que a las mujeres que se graduaran en cualquiera de las carreras tradicionales se les otorgara el título en género femenino, contadora, administradora, médica cirujana. La Academia ha ido agregando esos femeninos en su diccionario normativo, y así lo normal se ha convertido en norma, es decir, la costumbre en ley.

 

Sin embargo, la lucha por visibilizar a la mujer no sabe para dónde va. Hay mujeres que se presentan como abogado tributario o contador público, porque sus títulos universitarios fueron expedidos así, y hay mujeres que informan que su cargo es el de auditor sénior o director de taller, porque su contrato así lo dice. Y más allá, hay quienes piden igualdad, como sucede con las escritoras que dejaron de ser poetisas para llamarse a sí mismas poetas, pues su obra no es de menos categoría que la de sus colegas hombres. Así, por razones legales o por razones personales se pide que hombre y mujer sean designados con los mismos nombres, que por fuerza son los masculinos.

 

Apellido

 

Hay normas de lenguaje inclusivo que buscan esa igualdad, como la que exige no llamar al hombre por su apellido, “doctor Piedrahíta”, y a la mujer, por su nombre de pila, “doctora Sofía”, sino a ambos por el apellido, “doctor Piedrahíta”, “doctora Ramírez”.

 

Sin embargo, en otras trincheras políticas e intelectuales surgen palabras que no buscan el mismo trato, sino que claramente sea distinto, llevándose a veces por delante la tradición del idioma. Ahora hay portavozas, adolescentas y dirigentas, que no tienen en cuenta que portavoz, adolescente y dirigente son palabras de género común, útiles para hombre, mujer y persona no binaria.

 

Para resolver el conflicto y cumplir con la exigencia social de visibilizar a la mujer, se opta a veces por la fácil solución del desdoblamiento, “trabajadoras y trabajadores”, “colombianos y colombianas”. Es un recurso al que se puede acudir alguna vez, pero que no puede alargar indefinidamente, por páginas y páginas, todo discurso, “los hombres y las mujeres que deseen postularse a administrador o administradora, supervisor o supervisora, operario u operaria pueden hacerlo con la ayuda del funcionario o funcionaria de turno, y debidamente avalados y avaladas por su decano universitario o decana universitaria”. Este dislocado procedimiento visibiliza a la mujer, sí, pero invisibiliza el mensaje mismo.

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