27 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 14 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Al Margen

Corrupción y desigualdad: el caso de Rusia

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Juan Manuel Camargo

 

Hay un grupo de países que son saqueados desde el alto gobierno. No tiene que ver con la ideología del gobierno en cuestión, sino con la falta de escrúpulos de los gobernantes. La receta es simple: un líder toma el poder –por cualquier medio, incluso elecciones libres–, nombra cómplices en los altos cargos del poder, se apodera de los ingresos estatales y con ellos “aceita” a todo aquel que pueda ayudarlo o interferir con sus planes. La red que se forma es mafiosa, pero resistente: todas las autoridades se esfuerzan en soportar el régimen, porque su eventual caída afectaría sus propias finanzas y su modo de vida. Además, en el camino cometen tantos crímenes que no pueden arriesgarse a que el poder cambie de manos.

 

Según los expertos, Rusia es uno de esos países, y el origen del saqueo se remonta al momento mismo de la desintegración de la Unión Soviética. Necesitado de fondos, el gobierno de Borís Yeltsin acudió al recurso fácil de privatizar las empresas estatales (y las empresas estatales en Rusia eran prácticamente todas las empresas). Normalmente, esos activos se ofrecerían a las grandes corporaciones del mundo (con lo que se aseguraría un mejor precio de venta), pero las grandes corporaciones eran occidentales y los rusos no estaban preparados para vender su país a Occidente. Por tanto, el Estado ruso ofreció sus empresas a algunos de sus nacionales. La adjudicación no dependió de las mejores ofertas, sino del grado de conexión con el alto gobierno. Según Forbes, “En los primeros seis años posteriores a la llegada al poder del presidente Borís Yeltsin, una carrera loca hacia la privatización puso activos valiosos en manos de un pequeño círculo de empresarios bien conectados”. Yeltsin y su familia nunca fueron procesados, porque el sucesor de Yeltsin, Vladimir Putin, les otorgó el perdón presidencial.

 

Así surgieron los llamados oligarcas, billonarios cuyo único mérito real es una buena relación con el poder. Los distingue que se enriquecen día a día y sacan de Rusia la mayor parte de su fortuna. En un artículo titulado De soviéticos a los oligarcas: desigualdad y propiedad en Rusia 1905-2016, el famoso economista Thomas Piketty, junto con Filip Novokmet y Gabriel Zucman, explican el proceso y concluyen que, para el 2015, aproximadamente, la mitad de la riqueza de Rusia estaba fuera del país, en manos de oligarcas. Como resultado, el índice de desigualdad volvió a los tiempos de los zares. En 1905, el 10 % de la población concentraba entre un 45 % y un 50 % de los ingresos nacionales; esa concentración se redujo a alrededor de 20 % o 25 % durante el periodo soviético, y aumentó otra vez al 45 % o 50 % en la década de los noventa. La concentración de la riqueza en manos del 1 % de la población era de casi del 20 %, en 1905, cayó entre el 4 % y el 5 % durante el periodo soviético y subió entre el 20 % y el 25 % en las últimas décadas. Esto situaría a Rusia entre las naciones más desiguales del mundo.

 

La revista Forbes señala que, en el 2021, había 117 billonarios en Rusia (en dólares). Según Ilya Matveev (Academia Rusa de Economía Nacional y Administración Pública), había 250.000 millonarios (en dólares), y también 21 millones de personas viviendo debajo de la línea de pobreza (ingreso mensual de 11.000 rublos). El contraste entre estas cifras no puede ser más desolador.

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