27 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

¿Cómo elegir un libro?

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Nicolás Parra Herrera

@nicolasparrah

 

Recientemente me vi “huérfano de libros”. No sabía qué leer. A lo mejor estaba hastiado porque el ejercicio jurídico y académico es vivir sumergido en letras. Sentía un desdén total. Iba a librerías donde antes me quería llevar todos los libros para seguir llenando mis anaqueles (incluso con aquellos que nunca serán leídos). Era como tener hambre, pero nada me apetecía. Justo ahí, la pregunta ¿cómo elegir un libro? despertó mi curiosidad. Esta oscila entre una pregunta de manual (quizás no en el sentido cortazariano) y una pregunta pretenciosa o, incluso, inútil. Cada uno tiene sus métodos, conscientes o inconscientes, para determinar cómo llegan los libros a sus vidas y, con suerte, se quedan ahí para siempre.

 

Una de las rutas más obvias es lo que llamo “la ruta transitada”: la recomendación intencionada de alguien que ya leyó el libro. Ocurre, creo yo, porque tenemos personas cercanas con quienes compartimos afinidades literarias o disciplinarias. Yo, por ejemplo, tengo un amigo de la universidad que veo una vez cada dos años, pero siempre nuestras conversaciones inician de la misma forma: ¿qué anda leyendo (que valga la pena)? El paréntesis es fundamental para no someter a mi amigo a la experiencia (ocasionalmente tediosa) de leer artículos académicos que pretenden representar el mundo y salvarme a mí de documentos burocráticos y de políticas públicas que pretenden saber cómo cambiarlo. Mi amigo eligió sus libros en diciembre y me dijo, “este año voy a leer 12 libros, uno cada mes” y me mandó su lista canónica de la cual anoté en la mía El hombre sin atributos de Robert Musil. Los demás los dejé para otra vida.

 

A veces también les preguntamos a personas con las que no compartimos afinidades, pero estimamos su criterio por su visión panorámica, la voracidad con la que consumen (y, a veces, leen) libros y por sus recomendaciones frescas, porque saben “qué pan acabó de salir del horno”, o curadas, porque saben “qué queso maduro o vino añejado se degusta hoy mejor que nunca”. De aquí conservo, aún sin haber leído, tres recomendaciones recientes: Yoga de Emmanuel Carrère, Albion’s Fatal Tree de Douglas Hay, y The Nutmeg Curse de Amitav Ghosh.

 

Otra ruta menos explorada, aunque cada vez más popular, es la “ruta algorítmica”. En Goodreads, Libby, Amazon, Thriftbooks y un largo etcétera de aplicaciones, rastrean lo que leemos, lo que hemos comprado para otros y nos invitan, como en los mercados, a degustar un producto que supuestamente es para nosotros. Y funciona. Si los hemos alimentado bien y tenemos nuestras listas de lectura en sus plataformas o leemos en ellas, esos algoritmos nos presentan un espejo de nuestras idiosincrasias bibliográficas. De acuerdo, el contacto humano y todo eso es distinto, pero los algoritmos funcionan ocasionalmente. Por ejemplo, hoy hice el experimento. Me metí a un par de esas aplicaciones y acepté el intercambio mefistofélico: renuncié a mis datos a cambio del libro The Song of Achilles de Madeline Miller. Otro para mi lista.

 

Hay otra ruta alimentada por el mercado o la industria editorial. La lista de los best sellers, las recomendaciones de las revistas culturales, los blogs de libros como The Marginalian, infinitos podcasts de las casas editoriales y portales de internet, como Five Books, en donde le preguntan a un experto, por ejemplo, en la Unión Soviética cuáles son los cinco libros que recomienda para saber de la Unión Soviética (o del fútbol, o de la filosofía medieval, o de la literatura gótica o de una infinidad de temas). Esta es la “ruta de los expertos” que, como un enólogo, han probado los vinos –o leído los libros–, pero no saben nada de nosotros. No saben qué voces buscamos, si conectamos con una pluma que irradia certeza o con una que circula en la ambivalencia y la paradoja; no saben qué queremos, pero nos invitan a leer lo que se lee. La cursiva es porque implícitamente esas listas buscan canonizar (en el mejor de los casos), promocionar y comercializar (en el peor) o simplemente conducir el clima de las conversaciones en un contexto hacia un lugar deseado. Y en el escenario apocalíptico, esta ruta lleva a que en periodos de elecciones presidenciales de repente todos lean biografías de candidatos o relatos de éxito de quienes aspiran a gobernarnos.

 

Hay muchas más rutas. Termino con una pequeña historia de cómo volví a la lectura. Había terminado de leer dos libros de Valeria Luiselli, ambos superlativos. Y recordé que hace cuatro meses unos amigos me había recomendado Tyll de Daniel Kehlmann. Ya estaba en mi lista. Así que, por casualidad, lo pedí para un viaje a la ciudad natal del autor. Cuando me llegó el libro, para mi sorpresa, vi en la contraportada una frase de Luiselli que sugería que este libro “viaja con las corrientes de la historia, en sus ciclos de brutalidad y violencia, y nos alcanza a convocar en la soledad y el silencio, se eleva lejos y alto y hace eco del poder del mito”. Hay rutas que lo llevan a uno a los libros y libros que lo eligen a uno. Espero que ese sea el caso con Tyll.

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