27 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 minuto | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

La nostálgica naftalina

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Juan Camilo Serrano Valenzuela

Abogado y asesor tributario

jcserranov@jcsvabogados.com

 

En tiempos como los que vivimos, no solo es aceptable, sino necesario que las autoridades pongan de presente las crisis. Además, deben sugerir mecanismos extraordinarios para afrontarlas, más allá de la coyuntura, pues las propuestas tienen que generar confianza y sostenibilidad para la adecuación de la estructura de las sociedades en el futuro.

 

En esta difícil situación originada por una pandemia no esperada han sido múltiples las reacciones del Gobierno Nacional, buscando evitar una debacle económica, tratando además de estructurar medidas para impedir los contagios masivos del desconocido virus que puso de rodillas al mundo, que se creía superior a la naturaleza y que recibió un golpe certero al orgullo y la soberbia humanas.

 

No obstante, la ilusión de un aprendizaje de las sociedades y las autoridades con este golpe, de la que todos estamos esperanzados, parece que no tendrá las consecuencias previstas, pues una vez superada la pandemia, la impresión es que volveremos a las mismas costumbres, reacciones y proyectos de antes y, desafortunadamente, pasará la pandemia sin que el aprendizaje se refleje en acciones concretas y decisiones que se acomoden a las nuevas circunstancias.

 

Ya vemos cómo las propuestas en materia de reforma tributaria no son de pospandemia, sino parecen diseñadas para la bonanza, como si acá no hubiera ocurrido nada, y solo necesitamos recursos de impuestos, sea por mayores recaudos o por trabas a la recuperación de aquellos que ya se encuentran en las arcas públicas.

 

Ejemplos cercanos del olvido de la realidad son las trabas administrativas y operativas a los ágiles procesos de devolución diseñados en la teoría por el Gobierno, que, en pocos meses, aun en pandemia, terminaron en los obstáculos de siempre, con inadmisiones de las solicitudes por causales creadas por los funcionarios sustanciadores que, de manera casi obsesiva, inadmiten varias veces la misma solicitud, por causales diferentes que, en muchas ocasiones, no tienen sustento legal.

 

Y en estos mismos casos, luego de un gran desgaste administrativo del solicitante, le ordenan la devolución en títulos que no se hacen efectivos, porque, increíblemente, no existen los contratos con las entidades emisoras, dejando al empresario en una segunda pandemia, la de la burocracia.

 

Da tranquilidad la ilusión de una reforma tributaria anunciada que, en medio de la crisis, corrija defectos estructurales del sistema y permita la reactivación y una mayor progresividad en la tributación, como lo ordena la Constitución Política, pero desaniman los anuncios desordenados de los funcionarios de hacienda que plantean modificaciones que, antes que desconocer la crisis, parecen ponerse de espaldas a ella.

 

Escuchamos anuncios sobre la eliminación de beneficios tributarios que ya no son necesarios (sin pensar siquiera en un rediseño o reorientación de estos), con específicas alusiones al ahorro en cuentas para el fomento de la construcción (AFC) y, a renglón seguido, son publicadas las cifras económicas por el Dane que denuncian un crecimiento negativo de este sector en más del 26,2 %, es decir, una reducción de más de una cuarta parte de esa actividad, lo que significa que los estímulos no son necesarios.

 

Si bien algunas propuestas tienen un sólido soporte técnico, es necesario considerar las circunstancias económicas de los contribuyentes a quienes se pretende cargar la responsabilidad de financiar la enorme crisis a la que nos enfrentamos y debemos superar valientemente.

 

No solo es necesaria la reforma tributaria, sino que ya este año es tardía, pero el año entrante lo será más.

 

Ampliar base del IVA, gravar pensiones, someter a tributación a personas naturales de ingresos medios y bajos o la eliminación de los beneficios innecesarios, como el comentado ahorro en cuentas AFC, parecen ser las fórmulas planteadas por altos funcionarios del Ministerio de Hacienda, como si las circunstancias actuales no impusieran la necesidad de fórmulas nuevas y creativas, que no parezcan desempolvadas y que, solo escucharlas, rememora la vieja cómoda de la abuela, con ese nostálgico olor a naftalina.

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