26 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Reforma tributaria eficiente y justa

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Juan Camilo Serrano Valenzuela
Abogado y asesor tributario

jcserranov@jcsvabogados.com

 

No hay tema más recurrente en materia económica en nuestro país que las reformas tributarias.

 

Este año hemos asistido, como bien se recuerda, a la presentación de dos proyectos de ley, a protestas desestabilizadoras muy prolongadas y a la aprobación de una reforma tributaria –no importa el nombre pomposo que se le hubiere dado– hace solo dos meses, y ya comentaristas económicos, expertos tributarios, candidatos y precandidatos a la Presidencia están diseñando los elementos de una novedosa modificación al sistema.

 

Tampoco es un gran descubrimiento afirmar que es indispensable una nueva ley de impuestos, ojalá con modificaciones a la estructura del sistema, y que esa urgencia no dará al próximo Gobierno más que un par de meses para su presentación, divulgación y sensibilización de la sociedad, para evitar, con capital político renovado, que se repita el desbarajuste social que generó el fallido proyecto Carrasquilla.

 

Nuevamente, las mismas propuestas, que castigarán a las personas naturales que, con nuestra estructura de contribuyentes, se centrará en los asalariados y quienes no tienen la posibilidad de prestar servicios a través de sociedades o mecanismos de colaboración empresarial, que son una gran minoría, ante la terquedad de establecer instrumentos de control a los pagos indirectos que se realizan por medio de las sociedades y, naturalmente, al impuesto a los dividendos, con tarifas reales y justas, que permitan la misma progresividad aplicable a personas físicas.

 

El impuesto a los dividendos, con muy estrictos controles a los pagos indirectos, parece ser la alternativa que queda para ajustar las finanzas con el ingreso, así como la universalización de los impuestos indirectos que, ojalá, no sean intocables, como ocurrió hace apenas unos meses, con la aprobación de la tercera reforma del actual Gobierno.

 

No parece que el camino correcto, sin afectar el desarrollo, sea establecer tarifas que ya superarían el 40 % o eliminar los mecanismos de estímulo que aún quedan y son útiles para el desarrollo de algunas actividades y para atraer inversión extranjera, sin análisis individual de cada uno de ellos, como se promueve en foros más populistas que técnicos.

 

Es necesario, como se afirmó, que los ingresos adicionales provengan de la universalización de algunos impuestos indirectos, como el IVA, el gravamen a los dividendos a tarifas razonables y progresivas, y un régimen de control a pagos indirectos de las sociedades a sus socios, que verdaderamente impongan los tributos a quienes tienen más capacidad de contribuir y no solo a aquellos que tienen menos capacidad de influir, como son los asalariados y las personas naturales que generan riqueza con su fuerza de trabajo.

 

En relación con los dividendos, ha sido aceptada la teoría de que su gravamen constituye doble tributación, con la peregrina idea de que, si ya se pagaron impuestos en la sociedad, resulta inequitativo gravar a los socios, a pesar de que, en muchos casos, la actividad productiva de la sociedad no tiene relación con la de sus socios, que son fundamentalmente inversionistas y generadores de rentas pasivas.

 

Distinta es la situación de aquellas sociedades en las que la actividad se realiza por sus socios a través de una estructura jurídica societaria, que es creada, en muchos casos, para acogerse a los beneficios tributarios de ser sociedad y no persona natural, con el fin de evitar las persecuciones, las limitaciones y el incremento impositivo que padecen en cada nueva reforma y que, al final, no genera los resultados esperados, ya que solo castiga a los asalariados y no a las personas naturales en general.

 

Debe, eso sí, establecerse un sistema de control a los pagos indirectos y definir mecanismos para que cada quien tribute de acuerdo con su capacidad de contribuir y no a la de influir en las decisiones sobre el sistema, generando justas diferencias reales entre contribuyentes, como lo pregonaba Aristóteles hace casi 2.500 años: “Se piensa que lo justo es lo igual, y así es; pero no para todos, sino para los iguales. Se piensa por el contrario que lo justo es lo desigual, y así es, pero no para todos, sino para los desiguales”.

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