27 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 8 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Entre el apocalipsis y la esperanza

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JULIO CÉSAR CARRILLO GUARÍN 

Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial 

carrilloasesorias@carrillocia.com.co 

 

Imposible sustraerse de una realidad como la que nos ha correspondido vivir. Dicen que el covid-19, cuando llega, parece que escaneara las debilidades de cada organismo y se ensañara con estas ocasionando las letalidades de todos conocidas. 

 

En nuestro caso como país llegó el virus, retrató nuestras morbilidades sociales y las acentuó, colocándonos como una comunidad inmersa en la desinteligencia colectiva, en la que pareciera que el desencuentro engendrara un extraño modelo de intercambio social en el que se aspira a que todos ganen, pero sobre la base de que primero todos pierdan.  

 

Un desesperado “borrón y cuenta nueva” para solucionar en pocos días las serias deficiencias estructurales que vienen acuñándose en años, agravadas por la pandemia.

 

Y mientras se reconstruye una cultura real de diálogo en medio de la angustia por sobrevivir, arrecia la violencia entre hermanos y la perversidad de los delincuentes que corrompen su humanidad tomando para sí lo que es de todos o actuando desde su poder económico o político para engrandecer su comodidad a costa de la mayoría.  

 

Todos sabemos que a corto plazo urge dinamizar el empleo, incluir prioritariamente a jóvenes y mujeres, establecer en el interregno una renta básica razonable que genere un apoyo esencial mientras se recuperan las oportunidades de trabajo y apoyar a los empleadores que aún resisten. 

 

Ello mientras se diseñan a mediano plazo las grandes soluciones estructurales; se celebran los grandes pactos con metodologías efectivas de verificación para evitar nuevos y enojosos incumplimientos y se transitan caminos que consoliden liderazgos alejados de los estilos tradicionales que, en contravía de la razón pública, hacen de la polarización el sustento de su prestigio escudándose en la palabra democracia para dar rienda suelta a los odios, las discusiones estériles y la ineptitud para lo social.   

 

Urge respirar, oxigenar de profunda humanidad nuestro devenir cotidiano para no caer en el desaliento, para protestar sin agredir, para no afectar el propio derecho al trabajo, a la movilidad, al alimento, a recibir atención médica, a ejercer la dignidad que se reclama. Hay que respirar entendiendo que diálogo y negociación no son conceptos dispares, en la medida en que es el diálogo, como valor ético, el camino por donde transita la negociación para armonizar intereses diversos, requiriendo como características propias: escuchar, reconocer que no se tiene toda la verdad, argumentar y buscar soluciones correctas, es decir, mínimos básicos que resulten igualmente buenos para todos.  

 

En fin, seres humanos ubicados en situación de simetría y que, partiendo de lo que nos une, exploremos puntos de encuentro para hacer de la diversidad un motivo de riqueza y no de oprobio.  

 

En un momento así, hay que valorar que aún hay empleo, empleadores, actividades productivas, bondad ciudadana. En suma, que hay paisaje para otear caminos y estos destellos de bienestar posible deben ser una luz que, aunque incipiente, hay que avivarla construyendo sobre lo construido para hacerla asequible a todos, acordando mecanismos que conjuren la inequidad, la deficiencia de oportunidades y los lamentables abandonos que generan zonas de violencia al amparo de un Estado ausente.  

 

Y entonces forman parte de la esperanza las expresiones del Derecho que, como muchas sentencias de las cortes y de un buen número de jueces, siguen en el empeño meritorio de apoyar con criterios de justicia la seguridad jurídica en las interacciones concretas de la cotidianidad o, como la expedición de normas como la Ley 2088 del 2021, sobre el trabajo en casa, que sin ser perfecta mantiene la perspectiva de que haya trabajo, de que si puede realizarse en casa sea posible en circunstancias extraordinarias celebrar acuerdos temporales en los que se invita a materializar dignidad aplicando valiosos criterios como los de coordinación y desconexión laboral; con insistencias necesarias en el respeto por la jornada de trabajo, la preservación de derechos salariales y prestacionales y de garantías sindicales y de seguridad social y el deber de los empleadores de establecer procedimientos e implementaciones adecuadas.  

 

Se dirá que no es tiempo para pensar en esas nimiedades. Sin embargo, expresiones como estas y otras de similar tenor, pensadas en clave de ordenar o corregir o adecuar para un mejor bienestar son un aliciente para saber que aún hay vida y sentirnos invitados por derecho de humanidad a respirar esperanza inhalando bondad, para no decaer; para reclamar sin herir; para no fomentar violencias al interior de nuestro diario vivir, de suerte que, sin negar realidad, haciendo lo correcto cambiemos en aquello que sabemos que debemos cambiar. 

 

No olvidemos que nuestra Constitución Política, en el capítulo de los derechos fundamentales, establece para todos que “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento” (art. 22) y allí está la esencia de la esperanza por una vida digna de ser vivida. Es tiempo para crear.

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