25 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 12 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

De qué hablamos cuando hablamos de mérito

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María Adelaida Ceballos Bedoya
Candidata a doctora en derecho de McGill University y becaria Vanier del gobierno canadiense

 

Miles de juristas presentaron hace poco el examen estandarizado del concurso de méritos para acceder a la judicatura colombiana. Aunque el concurso ha tenido incontables tropiezos, muchos participantes parecen tranquilizarse con una misma idea: es un proceso gobernado por el mérito. Esta profunda confianza en el mérito está presente también en otros campos profesionales. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de mérito? En esta columna quisiera explicar por qué no deberíamos dar por sentado lo que entendemos por mérito, pues es un concepto cambiante y con muchas aristas.

 

Quizás deba empezar diciendo que la definición de mérito dista de ser evidente. Unos famosos versos borgianos sugieren que las palabras contienen la esencia de las cosas que ellas nombran: “en las letras de ‘rosa’ está la rosa y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’”. Pero mal haríamos en suponer que lo mismo ocurre con el mérito, porque no hay nada de obvio o esencial que se revele al pronunciar la palabra mérito.

 

El significado de mérito no es obvio, en buena medida, porque se trata de un término contextual, que cambia según las culturas y los tiempos. Por ejemplo, la idea de “el mejor” en la Esparta del siglo V a. C. se asociaba a la agresividad y la (bi)sexualidad, mientras en la Europa occidental del siglo V d. C. se asociaba al pacifismo y la asexualidad. La Corona española consideraba que los mejores jueces para las Indias eran los nacidos y educados en España, y en cambio el Imperio chino privilegiaba la estética y la caligrafía de sus funcionarios judiciales.

 

El mérito puede tener, además, pluralidad de significados dentro de un mismo contexto. Para muchos, este concepto se refiere a los logros pasados, mientras, para otros, se refiere a las habilidades futuras. Algunos piensan en el mérito en términos de habilidades innatas y otros en términos de esfuerzo y trabajo duro. Es más, al hablar de la primacía del mérito, muchos en realidad están pensando en los procesos de selección que están libres de influencias clientelistas.

 

Cada una de estas posibles definiciones de mérito puede tener muchos subcomponentes sobre los que no hay consensos. En mi opinión, la empatía es una cualidad esencial de todo juez, aunque sé que para otros es un rasgo que perjudica la imparcialidad judicial. Este fue justamente el debate que suscitaron las palabras empáticas pronunciadas por Elizabeth Odio Benito, presidenta de la Corte IDH, al conocer el caso de la periodista Jineth Bedoya.

 

El mérito es entonces un concepto rico, que puede medirse con diversos instrumentos: exámenes estandarizados, hojas de vida, debates y un largo etcétera. Sin embargo, rara vez somos conscientes de que cada instrumento lleva implícita una definición (casi siempre limitada) de mérito. Un buen ejemplo es el examen estandarizado de la Rama Judicial: un tipo de prueba que, como muestran muchas investigaciones, se limita a premiar a quienes saben elegir rápidamente entre pocas opciones. Nuestros “mejores” jueces son seleccionados a partir de este estrecho criterio.

 

Pero quizás la característica fundamental del mérito (que ilumina todas las anteriores) es que nunca es neutral. El sentido de las palabras es un campo en disputa, así que el mérito suele ser definido por los poderosos de turno. Por eso las selecciones por mérito tienden a excluir a grupos como las minorías étnicas y las mujeres, como han mostrado los casos de la Contraloría y la Registraduría.  

 

No digo esto para que busquemos una definición monolítica del mérito ni para que abandonemos las selecciones basadas en el mismo. Lo que quiero decir es que le haría mucho bien al debate público que discutamos sobre qué entendemos por un funcionario meritorio, cuáles son las premisas (y las discriminaciones) implícitas en esa definición y qué se evalúa con cada instrumento de medición. Borges nos invitaba a imaginar que la rosa está en la ‘rosa’, y esta es una idea evocadora. Pero poco ganan nuestras políticas públicas si seguimos hablando del mérito como si fuera una rosa.

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Sebastian Peña

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