27 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 24 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Protección a migrantes: ¿del aplauso internacional a la solidaridad de hechos?

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Matthias Herdegen

Director de los institutos de Derecho Público y de Derecho Internacional de la Universidad de Bonn (Alemania)

 

Los pasos que prevé el Gobierno colombiano para responder al flujo migratorio de Venezuela hacia Colombia encuentran gran resonancia a nivel internacional. El Decreto 216 del 1º de marzo del 2021 establece un Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos, que busca consolidar el estatus jurídico de casi 1,8 millones de migrantes del país vecino, que se encuentran, en buena medida, en condición irregular.

 

Como demuestra la llamada “crisis de refugiados” que experimenta desde el 2015 la Unión Europea y, en particular, Alemania, la inmigración incontrolada (y a veces incontrolable) enfrenta no solo a nuestros gobiernos, sino también a nuestras sociedades, con un dilema de alta complejidad. La solidaridad con las víctimas de una situación insoportable, sea de pobreza o de violencia, urge una reacción humanitaria, que brinde a los inmigrantes un estatus de seguridad jurídica, permanente o, por lo menos, temporal. En Europa, la migración tenía dos componentes: migrantes que huían de la violencia y la persecución política en sus lugares de origen (los llamados solicitantes de asilo y desplazados por conflictos), y aquellas personas que buscaron mejores condiciones de vida (los llamados migrantes por razones económicas).

 

En Colombia, la integración de cientos de miles de inmigrantes somete la capacidad económica del país anfitrión a una difícil prueba, en cuanto a prestaciones sociales y sistemas de seguridad social (en el grado en que estén disponibles). A ello se suman temores en la sociedad por una naciente competencia en el mercado laboral y el miedo a nuevas amenazas a la seguridad pública, bien o mal fundadas. Adicionalmente, la pandemia del coronavirus agudiza la ya preocupante situación que castigó a la economía colombiana y ocasionó pérdida de empleos a importante número de sectores vulnerables. Esta Nación pujante que lucha por la defensa de su democracia no podrá enfrentar sola el enorme desafío de atender también la más grande crisis migratoria y humanitaria de su historia, mientras el régimen autocrático de Venezuela se atornilla al poder y sigue empujando a sus propios ciudadanos a huir y buscar una existencia digna en otros lares.

 

En Europa, surgieron otros temores adicionales, como la preocupación por el modelo de una sociedad liberal, pluralista y no discriminatoria. La experiencia europea también enseña a diferenciar entre percepciones populares, por un lado, y datos empíricamente comprobados, por otro lado. Pero, como dicen los ingleses, no solo importan los hechos, sino también las percepciones en la vida de nuestras naciones. Es importante distinguir claramente entre la inmigración hacia el viejo continente de lo que está sucediendo en Colombia. Desde una perspectiva sociocultural, los vecinos venezolanos provienen del microcosmo común que en épocas de Simón Bolívar se llamó la Gran Colombia. Además, el Gobierno de Colombia tiene toda la razón en reconocer que muchos colombianos, huyendo de la violencia, encontraron un futuro en Venezuela.

 

En Alemania y en otros países del viejo continente, la economía y los sistemas de seguridad social se encuentran en un grado de estabilidad, que impide cualquier comparación con los países de América Latina que reciben a los cientos de miles que huyen del nefasto régimen “bolivariano”. Esta es una razón más para admirar el gran paso humanitario que acaba de dar Colombia con el nuevo marco jurídico, en pro de los migrantes de su país vecino.

 

Mirando el escenario internacional, sabemos que el aplauso por parte de otros muchos gobiernos, organismos internacionales, ONG y hasta de la misma oposición al gobierno colombiano es, como tal, gratis. Lo que importa ahora es que la comunidad internacional –y no solamente la Organización de los Estados Americanos– combinen su estruendoso aplauso con cooperación y ayuda eficaz, cierta y urgente. Finalmente, la respuesta generosa del Gobierno colombiano al desafío migratorio conduce a observar un escenario más amplio: dedicarse no solamente a la regularización del estatus migratorio de miles de trabajadores extranjeros, sino también a regularizar la situación de un buen sector de colombianos, en condición de informalidad, con su integración en los sistemas de seguridad social.

 

El observador europeo no puede desconocer que se trata de una verdadera labor titánica. Enfrentarla con decisión, más aún en tiempos de pandemia, tendrá un mérito histórico.

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