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Actualizado hace 44 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Análisis


¿Cortes para siempre? La magistratura en EE UU

24 de Septiembre de 2020

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Martha Cecilia Paz

Exmagistrada auxiliar de la  Corte Constitucional

Especialista en Derecho Americano, HLS.

Autora del libro ‘Casos y disentimientos memorables en la Corte Suprema de EE UU’

 

Ningún otro magistrado en EE UU ha gozado del estatus de celebridad alcanzado por Ruth Bader Ginsburg, especialmente en su fértil senectud. Llamada la gran disidente, fue un ícono cultural por sus trabajos sobre igualdad de género y justicia social. Todos la quisieron, niños, jóvenes, adultos, millennians, ahora la imitan, la estudian, la añoran, y en muchas universidades y escuelas de Derecho americanas permanecen letreros que dicen: “no puedes escribir Truth sin Ruth”. Ruth Bader representó a la América Liberal, que vio con tristeza cómo se fue apagando paulatinamente una de las mejores juezas del mundo. Sus seguidores querían preservarla “a toda costa”, principalmente, porque con el equilibrio del tribunal girando cada vez hacia la derecha, Ginsburg estaba en franca minoría. En tres años, el Presidente Trump ha nombrado la cifra récord de dos jueces, Neil Gorsuch y el polémico Brett Kavanaugh, y, en este momento, la de Ginsburg es la vacante más anhelada para proveer el cargo posiblemente antes de las próximas elecciones presidenciales.  

 

Para sus críticos, la extensa carrera judicial de Ginsburg y su estado de salud en los dos últimos años son la evidencia de que los magistrados no pueden trabajar de por vida; de allí, que tanto la longevidad de los jueces, como las preocupaciones por una justicia canosa y los temores de una gerontocracia judicial hayan puesto nuevamente sobre el tapete un tema de suma importancia en el mundo y en EE UU particularmente: los periodos de los magistrados en la Corte Suprema de Justicia y la eventual propuesta de establecer determinado número de años  para el ejercicio de la magistratura. 

 

Efectivamente, según el estudio Hemmel de la Universidad de Chicago, los casos de jueces octogenarios y nonagenarios que permanecen en sus cargos son frecuentes en EE UU y otros países con sistemas vitalicios: John Paul Stevens se retiró a los 90 años en el 2010, lo que lo convirtió en el magistrado más antiguo desde que Oliver Wendell Holmes dejó su escaño dos meses antes de cumplir 91 años, en 1932. O el caso del magistrado argentino Carlos Fayt, que estuvo en la Corte Suprema de ese país hasta los 97 años.

 

También hay registro de magistrados americanos que se han aferrado a sus posiciones mucho después de que sus facultades mentales los han abandonado. El magistrado Henry Baldwin permaneció en la magistratura durante casi una docena de años después de su hospitalización en 1832 por " locura incurable”. El magistrado Stephen Field, a mediados de la década de 1890, y el juez Joseph McKenna, a principios y mediados de la década de 1920, supuestamente pasaron el final de sus vidas “en una nebulosa”.

 

Los problemas del desgaste mental en la Corte Suprema de Estados Unidos son también notorios en la era moderna, como lo documenta el historiador David Garrow. Frank Murphy, magistrado en la década de los cuarenta, probablemente era adicto a las drogas ilegales al final de su mandato.  Charles Whittaker estuvo al borde del colapso nervioso durante gran parte de su periodo de cinco años en la Corte a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta. Hugo Black permaneció en el cargo durante más de dos años después de que su esposa concluyera en 1969 que "su mentalidad se había visto afectada". En 1975, su último año en la Corte, William O. Douglas sufrió una discapacidad tan severa que sus colegas  acordaron retrasar cualquier decisión en la que el voto de Douglas pudiera influir en el resultado. El magistrado William Rehnquist desarrolló una dependencia  a un sedante que lo hizo experimentar alucinaciones durante la abstinencia; en un momento, a fines de 1981, trató de escapar del Hospital de la Universidad George Washington en pijama. Rehnquist se recuperó, pero dos de sus colegas, Lewis Powell y Thurgood Marshall, enfrentaron siempre dudas sobre su capacidad mental.

 

Las soluciones pensadas como remedio o contención a la inexorable ancianidad que puede llegar en cargos vitalicios, como el de la magistratura en la Corte Suprema americana, vienen con sus propios defectos. Leyendo el estudio de Hemmel, una propuesta común es colgarse al sistema homogéneo de la mayoría de tribunales del mundo y establecer tiempos fijos, siendo 18 años el número más sugerido. Sin embargo, los plazos de 18 años no resolverían específicamente el problema del deterioro mental. Murphy estuvo en la Corte solo por ocho años cuando su aparente dependencia de las drogas alcanzó su apogeo. Whittaker sufrió un colapso nervioso en menos de cinco años después del inicio de su magistratura.  Y el incidente del magistrado Rehnquist ocurrió solo nueve años después de asumir el cargo de magistrado, que luego duró 33 años. Por supuesto, el riesgo de minusvalías puede aumentar con la edad avanzada, y el periodo fijo podría conducir a una magistratura más joven, o posiblemente no, porque los presidentes en EE UU podrían estar inclinados estratégicamente a seleccionar candidatos mayores, si los jueces solo van a estar en sus cargos 18 años.

 

La idea de estacionar los tiempos en la Corte Suprema de EEUU puede tener beneficios, aunque solo ilusorios. Suponiendo que esos términos fuesen escalonados, la alternativa de 18 años podría garantizar, por ejemplo, que se abrieran vacantes al menos cada dos años, siendo esta una ventaja para reducir la inequidad entre los presidentes que actualmente tienen diferentes oportunidades de influir en la corte, en función del número de vacantes que surgen durante sus mandatos. Por citar dos casos extremos, William Howard Taft nombró a seis magistrados durante su presidencia, mientras que Jimmy Carter no nombró ninguno. Sin embargo, la trampa de los 18 años escalonados radica en que cada presidente de dos periodos elegiría cuatro, o en el caso de jubilaciones anticipadas, enfermedades, retiros caprichosos o muertes, podrían incluso nominar más. Esto no deja de ser preocupante, teniendo en cuenta que los magistrados en EE UU son empíricamente proclives a votar con la Administración cuando el Presidente que los nominó todavía está en el cargo. Este "efecto de lealtad", que profesores relacionados en el estudio como Lee EpsteinEric Posner documentan muy bien, mantendría quizá magistrados jóvenes en todo momento en la Corte, pero “demasiado  leales”, dóciles  y  serviles.   

 

Los plazos también generan para los americanos el interrogante de lo que pasará “después”. Es decir, qué harán sus magistrados cuando expiren los 18 años. Algunos podrían tratar de monetizar su experiencia yendo a la práctica privada, otros pueden volver a la academia o buscar un cargo electo. Preocupa, obviamente, que consciente o inconscientemente, un magistrado de plazos pueda ajustar sus decisiones con miras a complacer a posibles empleadores o futuros votantes. Si bien hoy nada impide que un magistrado en EE UU deje su cargo para volver a la academia, ejercer la profesión o la política, muy pocos lo hacen y la Corte Suprema sigue siendo una de las pocas instituciones en EE UU inmune a la puerta giratoria. Son las fortalezas y las bondades del statu quo; los límites de plazo, podrían cambiar, no para bien.

 

Los tiempos fijos conducirían igualmente a lo que se conoce como el síndrome del "último año", cuando el magistrado saliente empieza a desmotivarse y volverse casi invisible a sus colegas, (para algunos esta dinámica afecta potencialmente no solo el último año, sino también el periodo anterior al último). La práctica en la Corte Americana enseña que los magistrados que se mueven en sistemas abiertos y sin periodo interactúan entre sí año tras año y pueden esperar tranquilamente que una concesión en un caso sea correspondida más adelante. Pero en un sistema de plazos, cuando se acerca el tiempo límite, es usual que no solo disminuya el espíritu de cuerpo, la colaboración y la reciprocidad interna, sino también la motivación y el ánimo de los colegas para trabajar con quien ya sale; esto debilita claramente el colegaje, la solidaridad y la cooperación en la corporación.  

 

En la búsqueda de cambios, en lugar de plazos, algunos han planteado una edad de jubilación obligatoria para los magistrados de la Corte Suprema en EE UU; las propuestas oscilan entre 70 o 75 años. Pero al igual que los términos fijos, es una solución aparente, pues sacar a los magistrados como regalo de cumpleaños por alcanzar 70 o 75 no eliminaría el riesgo del deterioro mental. La discapacidad de Frank Murphy llegó a los 50 años; el colapso nervioso de Charles Whittaker ocurrió a los 60 años; la hospitalización de Rehnquist por dependencia a un sedante se produjo cuando tenía 57 años. Y la realidad es que algunos magistrados podrían llegar a los 70 o 75 años todavía con muchos años de trabajo por delante, y ello aumentaría el riesgo de que las perspectivas por una carrera post judicial puedan enlodar sus decisiones durante la magistratura.  Además, la jubilación obligatoria plantearía el mismo problema del síndrome del último año en los plazos fijos, es decir, un tribunal menos colaborador y poco adherido entre sí.

 

Es claro que el debate lo motivó la situación de la magistrada Ginsburg en las postrimerías de su muerte. No obstante, la gravedad de su estado de salud no era comparable con las dolencias que afligieron a muchos de sus predecesores en la magistratura y, a diferencia de ellos, no hay indicios de que Ginsburg hubiese perdido sus competencias mentales e intelectuales en los meses anteriores a su partida; por el contrario, pese a sus quebrantos de salud, su capacidad mental se vio agudizada, día por día, actuando este año, en mayoría o disidencia, en los grandes casos de la Corte Suprema como Bostock v. Clayton, el fallo Daca sobre los Dreamers y el caso del aborto en Luisiana, decidido hace apenas unos meses, donde sus preguntas en la audiencia oral fueron las determinantes para la sentencia.

 

Los plazos fijos, los límites de edad y la jubilación forzada pueden ser una buena medicina para cortes vitalicias, pero a la luz de las tachas inherentes a cada propuesta, el mejor remedio parece ser ninguno, o como ya lo dijo en su momento el magistrado Scalia, la idea de limitar los términos de los jueces en EE UU, “es una solución en busca de un problema”.

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