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Opinión / Análisis


“Gaitán, el maestro de la oratoria forense”: Whanda Fernández

12 de Abril de 2018

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El país que tolera el relajamiento de la justicia o la venalidad de jueces y magistrados está condenado a caer en las fauces de la anarquía”.

Gaitán.

 

Whanda Fernández León

Docente asociada Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales

Universidad Nacional de Colombia

 

Se cumplieron 70 años del magnicidio de un egregio abogado penalista, intuitivo y visionario, dueño del arte de la elocuencia, dotado de admirable capacidad de improvisación, de estilo fogoso y novedosas estrategias comunicativas, que en el foro logró convencer con la contundencia de sus argumentos y la fuerza persuasiva de su palabra a los más reacios jurados de conciencia. Ese preclaro jurista era Jorge Eliécer Gaitán Ayala.

 

Gaitán nació en Bogotá en enero de 1903, en el hogar formado por la maestra de escuela Manuela Ayala Beltrán y por el librero Eliécer Gaitán Otálora, quienes con sus seis hijos integraron una familia modesta residente en el barrio Las Cruces, a la que infundieron los más claros valores de la moral y de la ética.

 

Abogado de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Colombia, se graduó con honores con la revolucionaria monografía Las ideas socialistas en Colombia. Al poco tiempo se recibió como doctor en Jurisprudencia de la Real Universidad de Roma, donde tuvo la fortuna de ser el alumno predilecto y el amigo entrañable del maestro italiano Enrico Ferri; su tesis de grado titulada El criterio positivo de la premeditación se convirtió en el mayor avance científico de la época. Al retornar al país, colmado de profundos conocimientos y de reconocimientos académicos, se consagró como un recio líder político, caudillo de multitudes, ideólogo, profesor universitario, parlamentario, ministro, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Rector de la Universidad Libre, miembro de la Comisión Redactora del Código Penal de 1936 y el más descollante orador forense de todas las épocas en el horizonte Latinoamericano. 

 

En las horas del mediodía del viernes 9 de abril de 1948, a la altura de la carrera 7ª con Avenida Jiménez, un criminal frío e irracional, le arrebató la vida con tres disparos de arma de fuego cuando acababa de cumplir 45 años y celebraba uno de los mayores éxitos de su brillante carrera profesional: la absolución del teniente del Ejército Jesús María Cortés Poveda.

 

Al finalizar su impecable oración en la que analizó con exhaustividad los aspectos fácticos relevantes y las motivaciones del fenómeno delictivo, la personalidad de los protagonistas y el caudal probatorio recaudado, Gaitán invocó la teoría de la legítima defensa del honor militar, con la que obtuvo, pasada la una de la madrugada, la absolución de su defendido.

 

La historia del Derecho Penal colombiano registra el nombre de Jorge Eliécer Gaitán como el del ilustre profesional del Derecho que con el poder de su palabra y con una retórica de gala, propia de los más exigentes estrados judiciales, enalteció la dignidad de los litigantes e hizo crecer el respeto por la defensa.

 

Jurista eximio de probidad inquebrantable siempre será recordado, entre otras, por las siguientes victoriosas arengas ante el jurado de conciencia: defensa del periodista Jorge Zawadsky, por la muerte del médico Arturo Mejía Marulanda; defensa de Belisario Rodríguez Tovar, por la muerte de su prometida Libia Londoño Ramírez; defensa del profesor José del Carmen Acosta, por la muerte de su amigo, vecino de apartamento y odontólogo, Clemente Viana, y  defensa del  teniente del Ejército Jesús Cortés Poveda, por la muerte del señor Eudoro Galarza Ossa, propietario de La Voz de Caldas, de la ciudad de Manizales.

 

Gaitán se destacó por su estilo inimitable, la pureza del lenguaje, el dominio del Derecho Penal, del Procesal Penal y de las ciencias y técnicas que les son afines (sociología jurídica, medicina legal, psiquiatría forense, psicología judicial, medicina legal, balística forense, documentología, grafología, etc.), contrario a lo que hoy ocurre con el mal llamado paradigma acusatorio, sometido a la discrecionalidad de muchos funcionarios carentes de erudición, de cultura jurídica, sin elegantia iuris; sin la participación del pueblo representado por jurados de conciencia y sin el mínimo asomo de oralidad. Solo la publicidad de los debates puede exorcizar la justicia penal de los nefastos errores y graves inequidades que a diario se cometen, máxime cuando en opinión del juez español Perfecto Andrés Ibáñez, “la conducta imperante en los medios jurisdiccionales diverge de los criterios de los grandes pensadores, de los preceptos constitucionales y de los conceptos de los especialistas”.

 

Los discursos forenses del connotado penalista nunca fueron leídos, ni se vieron reducidos a una cadena de citas o a un inventario de sentencias. Gaitán era un profesional íntegro y universal; un auténtico coloso en las salas de debates. Tenía gran expresión corporal y un exquisito manejo de los ritmos y tonalidades de la voz. Brillante narrador de los episodios jurídico penales, con el auxilio de la retórica engalanó los argumentos jurídicos y les imprimió el efecto necesario para persuadir y convencer. Con frecuencia recurría a las pausas estratégicas creando espacios para la expresividad de los silencios. Vehemente y emotivo, siempre luchó por lo que creyó honesto y justo y fue consecuente con quienes sostienen que, sin entusiasmo y sin pasión, no es posible ser un penalista de verdad.                                                                                                                                                     

 

Gaitán era un líder carismático que exploraba entre textos y contextos y que deslumbraba al momento de hacer la puesta en escena en la que sobresalían sus gestos, el movimiento de sus manos y el contacto visual con el juez y los jurados. El orador sabía que el acto de mirar al rostro reduce sicológicamente las distancias entre emisor y receptor y permite que fluya el mensaje.

El fatídico 9 de abril de 1948 llegó a su fin la fugaz, pero fecunda vida del hijo mayor del matrimonio Gaitán Ayala. Heridas mortales a nivel de cerebro, pulmón izquierdo, columna vertebral e intestino fueron las causas de su prematuro fallecimiento.

 

Sus más incisivos y conmovedores discursos políticos se escucharon no solo al interior del Congreso, sino en la Marcha del Silencio y en la Marcha de las Antorchas. La Oración por la Paz y la Oración por los Humildes son fiel testimonio de la grandeza de su alma.

 

La poderosa voz de Gaitán siempre reclamó la democratización de la justicia y la presencia del pueblo en los debates. Él era perfectamente consciente de que, si los jueces y las partes actúan de manera pública y de frente a la comunidad, la sociedad podrá detectar directamente los errores, las desviaciones, los abusos y la arbitrariedad de los funcionarios, hoy carentes de todo control.

 

Urge reglamentar el jurado, consagrado explícitamente en los artículos 116 de la Constitución Política y 12 de la Ley Estatutaria de las Administración de Justicia, no solo por tratarse de un tribunal de ciudadanos imprescindible en los sistemas adversativos de corte acusatorio para el juzgamiento de los delitos de homicidio y conexos, sino porque se trata de un mecanismo democrático, de gran utilidad en los momentos azarosos y turbios, que ahora vivencia nuestra sociedad.

 

Restaurar el jurado sería un homenaje a la vida y obra de Gaitán y un merecido reconocimiento al maestro Francesco Carrara, quien al decirle adiós a la toga, exclamó: ¡”El jurado de conciencia, es la institución más perfecta que la inteligencia humana haya podido descubrir sobre la tierra!

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