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Actualizado hace 3 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Análisis


El “efecto Tocqueville” y el verdadero reto laboral del nuevo Gobierno

02 de Agosto de 2022

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El “efecto Tocqueville” y el verdadero reto laboral del nuevo Gobierno (Shutterstock)

Carlos Arturo Barco Alzate

Socio de Álvarez Liévano Laserna

carlosbarco@allabogados.com

 

Entre los muchos retos en materia laboral ya conocidos, el gobierno de Gustavo Petro y de Francia Márquez va a tener que ocuparse del más difícil de todos: unas expectativas populares demasiado altas. Por ello, es momento de identificar (o lanzar) algunas alertas tempranas.

 

Empecemos por el principio. La historia es el espectro a través del cual podemos prevenir y administrar mejor los problemas sociales e institucionales, los cuales suelen ser cíclicos. Con mayores o menores puntos de encuentro, las crisis sociales, las grandes reformas y las revoluciones históricamente han repetido patrones que pueden ser identificables y previsibles. A eso se dedican sociólogos, politólogos y economistas.

 

A mediados del siglo XIX, el politólogo e historiador francés Alexis de Tocqueville, en un legendario análisis político denominado La democracia en América (1835-1840), describió lo que décadas más tarde la sociología clásica y la teoría política denominaría “El efecto Tocqueville” o “La paradoja de Tocqueville”. Esta consiste, a grandes rasgos, en que los periodos de mayor crecimiento económico y mejoras sociales suelen ser secundados por manifestaciones más hostiles y enérgicas de descontento social.

 

Algo así como que a mayores avances sociales más vehementes se vuelven las protestas sociales, dado que son menos tolerantes a las privaciones o necesidades. La sabiduría popular diría: a más leña, más fuego o a más alimento, más apetito. En principio, desde luego, no representaría un problema mayúsculo el hecho de que avances sociales desencadenen sociedades civiles más exigentes.

 

Sin embargo, este análisis de Tocqueville se sofisticó entrado el siglo XX y tomó la forma de varias teorías políticas que explican la historia y las causas de las revoluciones sociales. Una de ellas, expuesta por el politólogo estadounidense Ted Gurr (1936-2017) bajo el nombre de la “privación relativa”, señala que una sociedad es más propensa a las revoluciones o rebeliones por la insatisfacción de las expectativas que por el propio descontento con la realidad inmediata. 

 

Dicho de otra manera: las masas populares son más irascibles colectivamente cuando no les cumplen lo prometido o no se alcanza lo esperado, que cuando efectivamente no tienen lo que requieren o lo que necesitan. Todo ello, en contraposición y en respuesta a la clásica teoría marxista que dictaba que la pauperización progresiva de la clase trabajadora era el detonante principal y casi excluyente de la revolución.

 

Difícil panorama

 

Pues bien, el panorama en Colombia actualmente no es muy alentador. De un lado, existen unas serias y estructurales carencias sociales que han empujado a millones de personas a vivir en condiciones de pobreza y exclusión, con necesidades básicas insatisfechas y sin alternativa de ingreso estable. Grandes segmentos de la sociedad colombiana están amenazados cotidianamente por el hambre, el desempleo, la desprotección social y la inseguridad alimentaria.

 

De otro lado, esos mismos excluidos y olvidados por el Estado, a quienes las bondades de la economía de mercado no han favorecido significativamente, han sido impulsados a la acción política con unas expectativas inusitadamente altas que les hacen albergar la esperanza de que sus condiciones sociales y económicas van a cambiar en el corto o mediano plazo. Y no solo que van a cambiar, sino que se van a transformar radicalmente. Y he allí el motivo de alarma.

 

Grandes expectativas

 

Los documentos de campaña de Gustavo Petro son particularmente explícitos en documentar lo que se advierte como un crecimiento exponencial del tamaño y la burocracia del Estado para “garantizar” una plaza de trabajo en el sector oficial a falta de plazas suficientes en el sector privado. Es decir, quien no encuentre trabajo en una empresa privada podrá optar por un empleo público, convirtiendo al Estado en un megaempleador de emergencia, además, con vocación de permanencia. 

 

Así mismo, se anunció que el salario mínimo deberá ser un mecanismo que “cumpla con los mandatos constitucionales en el marco de derechos sociales propios de un Estado Social de Derecho, incluyendo el derecho fundamental al ingreso mínimo vital”; mientras que el Sistema General de Pensiones será unificado y con participación eminentemente pública para garantizar que las pensiones sean una “garantía estatal colectiva basada en la solidaridad social y no en la apropiación privada de beneficios en detrimento de los ahorros de todos los colombianos”.

 

La dupla Petro-Márquez, entonces, durante su camino a la Presidencia, exacerbó las expectativas de gran parte de la población que se siente ajena a los beneficios económicos de la sociedad y la cobertura del Estado: empleo garantizado, pensión universal y vitalicia, renta básica incondicionada y un salario mínimo alto. Todo ello, además, sin una clara fuente de financiación y con grandes sombras en la estructura presupuestal.

 

Estas elevadas expectativas creadas en una numerosa base popular desposeída y necesitada, que no solo se muestran inalcanzables en el corto plazo, sino también inexplicables fiscalmente, pueden ser las razones por las cuales el descontento social y la irritabilidad popular podrían alcanzar niveles aun más hostiles y peligrosos que los ya experimentados en las manifestaciones sociales de los años 2019, 2020 y 2021.

 

Desafíos

 

En el plano puramente laboral, los retos del gobierno electo (2022-2026) están concentrados en lo que ya varios analistas, centros de pensamiento y gremios han sobrediagnosticado: la altísima informalidad laboral; el precario sistema de vigilancia del cumplimiento de las normas laborales; la rigidez en la contratación laboral, que dificulta la oferta de empleo formal; la inflación;, el salario mínimo demasiado alto para los empresarios, pero insuficiente para las necesidades de los trabajadores, entre muchos otros. De ello han corrido litros de tinta y se han publicado centenares de papers, columnas, artículos y libros.

 

Sin embargo, poco se dice del verdadero desafío que supone para la institucionalidad del país lidiar con expectativas sociales desmesuradamente grandes.

 

En efecto, los que seguimos la pista de las discusiones teóricas y prácticas de la cotidianidad del mercado de trabajo sabemos lo difícil que es lograr reversar los problemas estructurales e institucionales que tiene Colombia y que son, precisamente, los causantes de las graves carencias sociales ya diagnosticadas de sobra. Además, no hay que ser un experto de encumbrados pergaminos para saber que se requieren reformas necesarias (laborales y pensionales) con mayor o menos urgencia.

 

El problema es, precisamente, lo que hace casi ya dos siglos vienen advirtiendo pensadores como Tocqueville y Gurr: las inflamables expectativas que se van anclando en las masas que no quieren sino verlas cumplidas, porque se lo merecen, porque lo necesitan y, además, lo exigen ahora y no después.

 

¿Qué hará el equipo Petro-Márquez cuando a la vuelta de cuatro años el tiempo no alcance para cumplir con las grandes expectativas generadas en campaña? ¿Qué harán los feroces activistas callejeros que se rebelaron en nombre de los desposeídos cuando su desposesión se mantenga en dimensiones –por lo menos– análogas? ¿Qué dirán las masas de trabajadores cuando las elevadas promesas laborales no alcancen a ser sostenidas por la nómina paquidérmica del Estado?

 

Alerta temprana

 

Por lo pronto, nos corresponde levantar las alertas tempranas que están a nuestro alcance. La efervescencia del debate político comienza a disiparse y la espuma de las promesas políticas de contenido laboral comienza a bajar, sin muchos hechos en concreto. Es necesario aterrizar las expectativas que ya están instaladas en el pecho de muchos trabajadores que cuentan los días para reclamar su parte.

 

Mientras tanto, el sector productivo necesita calma y serenidad para hacer contrapeso a ello. Los cambios son necesarios. Vendrán reformas positivas, pero los problemas que afligen nuestro mercado laboral no van a encontrar soluciones mágicas. Hay que confiar en los que piensan más con la razón que con la emoción y acompañarlos en sus conclusiones.  

 

¿Qué pensarían Gurr y Tocqueville si pudieran conocer este escenario? Seguramente, no estarían muy contentos. O tal vez sí: podrían tener, eventualmente, ejemplos prácticos para validar sus respectivas teorías.

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