24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 13 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Ámbito del Lector


Repensar el valor de la traducción

23 de Febrero de 2023

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Nota:
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Es pretencioso que escriba sobre la importancia de la traducción. Sin duda, es aún más pretencioso que, para disculparme por ese primer atrevimiento, me enrede en disquisiciones sobre el traductor de una obra que parece escribir para mí en particular. Sin embargo, el propio Borges comparte este criterio. Según él, la perenne inferioridad de las traducciones frente al original es una superstición debida a nuestra familiaridad con la obra primigenia, que convierte lo aleatorio y, probablemente, mejorable en necesario. “No hay un buen texto que no parezca invariable y definitivo si lo practicamos un número suficiente de veces”, observa Borges, al comentar las versiones homéricas en Discusión.

Precisamente, algo similar me pasa cuando estoy leyendo la versión en español de Repensar el derecho probatorio, de Willian Twining, traducida por el profesor Paul William Cifuentes. En efecto, me pareció haber descubierto a alguien que escribía exacta y estrictamente para mí. Esta impresión venía reforzada porque muy pocos conocían la obra de Twining en Colombia. De hecho, en gran parte, gracias a la traducción de Cifuentes, se comenzó a conocer, de primera mano el gran aporte del profesor británico, ya no por las citas de otros. Por mi parte, la lectura de ella no me cansaba, no me hartaba, estaba poseído, y sentía que cada línea resolvía los interrogantes que tenía pendientes hace años.

Quienes me leen perdonarán esta confesión de ingenuidad atroz. Siguiendo la intuición de Borges, que es una de las más polémicas, en la literatura: las obras originarias y las traducciones (obras derivadas) tienen un valor equivalente. Borges jugaba con la vieja idea, confirmada por las normas de derechos de autor, según la cual una traducción, buena o mala, pretendidamente fiel o llena de libertades, es una obra distinta de la original y no meramente su copia. Se trata una creación que emerge de la originaria, que, al duplicarse, se independiza del modelo del que proviene y sale en búsqueda de una vida propia entre los lectores. El trabajo de traducción exige una dedicación atenta a la obra que se está expresando en otra lengua; es difícil concluirlo con resultados satisfactorios, y supone un esfuerzo, en gran medida, ingrato e injustamente anónimo en muchos de los casos. Como diría Stefan Zweig: “… aquí, como en todos los ámbitos del arte, la traducción y de la vida, los momentos sublimes, inolvidables, son raros”.

Como si lo anterior fuera poco, mi reflexión se hace más profunda cuando me encuentro con una columna de la escritora Irene Vallejo sobre su discurso de inauguración de la Feria de Fráncfort, en reconocimiento de la labor de los traductores. Ella nos hace recordar que podemos adentrarnos en viajes intelectuales sin límites, gracias al oficio de la traducción. Termino esta reflexión con la cita que la misma Vallejo hace del gran José Saramago: “… los escritores hacen las literaturas nacionales, mientras los traductores construyen la literatura universal”. En nuestro caso, no olvidemos que quienes se embarcan en la aventura de traducir las complejidades del mundo jurídico construyen la doctrina universal.  

Jhony Ángel Mena Herrera, profesor Universidad Santiago de Cali

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