Las damas que custodian a la justicia
08 de Diciembre de 2018
Cortesía: Vanguardia Liberal
Esta es una historia de resistencia, pues la máxima sede de la justicia colombiana ha sufrido la violencia como ninguna otra alta corte del mundo. Al doloroso holocausto del Palacio de Justicia (ocurrido los días 6 y 7 de noviembre de 1985, que causó la destrucción de la sede de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado y donde murieron magistrados, funcionarios, visitantes, miembros de la fuerza pública y guerrilleros) se debe sumar la pérdida del primer palacio durante El Bogotazo.
No es novedad decir que el centro de Bogotá ha sido testigo de los hechos jurídicos y políticos de nuestra historia, pero también de sus consecuencias, una de ellas, lamentablemente, la violencia.
Y es que en medio de los disturbios por el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, la sede del antiguo Palacio de Justicia de Colombia también ardió.
Los datos de muerte y destrucción se pierden en los pobres registros de la época, pero no estamos acá para hablar de daños, más bien de símbolos y su persistencia, y para eso podemos ir a la Plaza de Bolivar a constatar la histórica frase del General Santander, rescatada del palacio destruido en 1985.
Pero vayamos más atrás en el tiempo y recordemos a don Félix María Otálora (1896-1961), un pintor y escultor chiquinquireño que se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes y fue discípulo del pintor Francisco Cano (1865-1935).
Otálora fue el escultor de las cariátides del primer palacio de justicia, dos hermosas estatuas de mujeres que custodiaban la entrada de la sede judicial. Seguramente los lectores tienen en mente la acrópolis ateniense como un referente de la Grecia clásica.
Y sí, de esa majestuosidad era el ingreso al Palacio de Justicia de Bogotá, dos guardianas rotundas sosteniendo poderosas espadas custodiaban la sede. Puede uno cerrar los ojos y trasladarse a la época, tratar de imaginarse como un transeúnte y ver la dignidad de la justicia representada en ellas.
Pero durante El Bogotazo se destruyó el palacio. Debido a su material y resistencia, las cariátides sufrieron daños menores (el edificio sí tuvo que ser completamente demolido) y un comprador las rescató del olvido y el deterioro.
Así, las custodias de la justicia colombiana viajaron a lomo de mula hacia la Sabana de Bogotá, donde por muchos años adornaron la entrada de la fábrica de ladrillos Macón, cerca a cultivos, gallinas y vacas, sin perder el decoro y la gracia que siempre tuvieron.
En esta historia entra un nuevo actor, Alejandro Galvis Galvis (1891-1981), un abogado, político y periodista santandereano al que, entre otros innumerables aportes, se le debe que en 1939, como Senador de la República, promoviera la construcción del Palacio de Justicia de Bucaramanga, que fue inaugurado el 4 de junio de 1950.
Cortesía: Vanguardia Liberal
En 1959, el también fundador del diario Vanguardia Liberal compró la ladrillera a la Compañía Nacional de Seguros, entidad a la que había sido entregada por el dueño inicial después de su quiebra. Tres años más tarde, Galvis y el coronel Hernando Peña, socio de la fábrica y cuñado, decidieron liquidar la empresa.
En la repartición, el periodista se quedó con las jóvenes y tenía planes para ellas: custodiar la entrada de su periódico. En 1968, cuando por fin llegaron a 'La ciudad bonita' lucían hermosas, seguras de su lugar, lo que solo da el paso del tiempo y ver la historia con los propios ojos.
Fueron la sensación por unos meses y la visita obligada de los bumangueses, que hablaban de ellas a los forasteros para despertar su envidia.
Cuando se acostumbraron, dejaron de mirarlas tanto, y las esculturas recobraron la paz perdida años atrás. Pero el destino, caprichoso, no estaba contento con que las cariátides custodiaran las efímeras noticias, y decidió nuevamente alterar el rumbo de sus vidas.
La muerte de su benefactor, Alejandro Galvis, desencadenó los nuevos acontecimientos. Sus herederos decidieron que la mejor manera de rendirle honores a su padre era entregar a las mujeres nuevamente a la Justicia, su dueña original, que, aunque nunca las había reclamado, sí las añoraba.
Es por esa razón que, en 1994, la familia Galvis donó las esculturas al Tribunal Superior de Bucaramanga, ubicado en el centro de la ciudad, el cual se ha convertido en su nuevo hogar.
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