¿Soy formalista?
Lina María Céspedes-Báez
Profesora titular de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario
Doctora en Derecho
Hace muchas décadas, ya casi 100 años, Virginia Woolf, la escritora inglesa modernista que revolucionó la literatura, se preguntó si ella era una esnob. Su interrogante, delicado y ambiguamente vergonzante, fue una manera de explorar su manera de mirar y estar en la sociedad de su momento y de entender el lugar de su trabajo literario en este contexto. En este sentido, el análisis crítico de su persona era un ejercicio tanto existencial como profesional, un esfuerzo por entender su relación con el mundo, los otros y su quehacer.
A la manera de Woolf, quiero plantearme en voz alta una de esas preguntas delicadas y ambiguamente vergonzantes: ¿soy formalista? Delicada, por cuanto implica hacer una especie de confesión respecto de cuál es mi posición frente a mi profesión. Vergonzante, porque el formalismo es considerado por muchos un lastre de una época pasada que ya fue superada, un marcador de conservadurismo recalcitrante o un simple error intelectual.
Considero que uno de los retos más grandes que tenemos quienes nos dedicamos al Derecho es demostrar su valor agregado. Enseñar y ejercer el Derecho pasa necesariamente por un examen crítico de esta cuestión. El Derecho no es un dato inmutable de la realidad, sino una elaboración cultural en la que las sociedades invierten recursos significativos. Entonces, si vamos a seguir formando personas para esta profesión, destinando dinero en la administración de justicia y diseñando políticas y procedimientos para que la ciudadanía cumpla con las normas jurídicas, más nos vale tener respuestas contundentes en este aspecto.
Quizá la dimensión más compleja de esta cuestión pasa por la necesidad de diferenciar el Derecho de otras prácticas y cuerpos de conocimiento. Considero que el Derecho solo puede justificarse si es distinto de otras disciplinas que también tienen como objetivo organizar o entender procesos sociales. Si no podemos diferenciarlo, por ejemplo, de la política, la economía o la sicología, su razón de ser está perdida y se torna en un sinsentido mantener facultades de Derecho para formar individuos que brinden asesorías jurídicas u ocupen las dignidades judiciales.
El formalismo es uno de los esfuerzos teóricos más sólidos encaminados a brindar herramientas para pensar qué es el Derecho y ofrecer respuestas respecto de lo que lo hace único, aunque algunas veces parecido, a otros sistemas que regulan y estudian la conducta humana. Su punto de partida, tal como lo ha expuesto Ernest Weinrib, uno de los formalistas norteamericanos más destacados, es la necesidad de identificar su lógica desde un punto de vista interno sin recurrir a otras racionalidades y fines como la eficiencia económica para sustentar su existencia y funcionamiento.
Una forma resumida de decirlo siguiendo a Weinrib es que el Derecho será valioso si es Derecho. Aunque esta frase suena a tautología, su sentido señala que el Derecho solo será un valor agregado social cuando brinde principios, valores y normas particulares o netamente propios de lo jurídico para regular y resolver situaciones y conflictos sociales. A pesar de que estos se inspiren en consensos sociales mínimos propios de cada sociedad, solo estarán justificados como Derecho si reflejan una racionalidad jurídica para su aplicación e interpretación. Así, el Derecho será como los márgenes de una hoja en un procesador de palabras, las palabras y la gramática que permitirán pensar y pronunciar los millares de hechos sociales en una narrativa que facilite pensarlos en términos jurídicos.
Ser formalista implica preguntarse, por ejemplo, por qué se deben cumplir los contratos y brindar razones que no son de racionalidad económica, sino que exploran el sustento jurídico de las figuras contractuales. Aunque un incumplimiento pueda ser más eficiente económicamente para la sociedad en su conjunto que el cumplimiento, lo que se juega en el contrato a nivel jurídico parece estar más bien relacionado con cuestiones como la protección de derechos a la libertad, autonomía e igualdad.
Igualmente, ser formalista implica un compromiso con la estructuración de ramas judiciales en las que los jueces decidan los casos basados en razonamientos jurídicos y no en sus convicciones personales. Mi manera de ser formalista está relacionada con reglas y principios jurídicos mínimos que inspiran el proceso de regulación y decisión y no con contenidos inmutables o respuestas únicas, correctas y fáciles que convierten al juez y profesional del Derecho en un simple medio para expresar una verdad revelada.
Mi formalismo es una apuesta por reducir en algo las incertidumbres de la vida y una aspiración a que mis conflictos y los de los demás no serán resueltos dependiendo de la posición política o visión económica de un juez, sino a través de la determinación de esos consensos básicos que nos permiten vivir en sociedad.
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