La responsabilidad de vivir en sociedad
José Miguel de la Calle
Socio de Garrigues
Brian Tracy, reconocido conferencista y autor de libros sobre éxito empresarial y motivación personal, refiere que un elemento esencial para el mejoramiento del desempeño personal está en la decisión de asumir integral y firmemente la responsabilidad sobre los actos propios.
Infortunadamente, la mayoría de las personas tienden a fabricar argumentos para excusar el comportamiento propio y señalar a terceros como responsables, lo cual, como explica Tracy, es particularmente notable en tres ámbitos: la salud, la justicia y la política. El planteamiento es tremendamente interesante, pues, en efecto, delegamos sistemáticamente la responsabilidad en el médico, el juez, el gobernante y, de esa forma, sobrellevamos la culpa por la falta de autocontrol o autocuidado.
Y lo dramático es que, en cambio de evolucionar hacia un estadio de mayor responsabilidad individual y colectiva, la sociedad se habitúa cada vez más a la mecánica de echarles la culpa a otros, usando para ello, entre otras cosas, un instrumento poderoso e inmejorable: las redes sociales.
Por alguna razón particular, y por la forma como funcionan las redes sociales, los usuarios allí se sienten especialmente protegidos por un halo de irresponsabilidad que convierte a la web en un manantial infinito de insultos y excesos, que muchas veces rayan con conductas delictivas. Como nos lo dice el documental 15 Minutes of Shame (HBO Max), el mundo cibernético se ha convertido en un universo de humillación pública, que ni las leyes ni los jueces han podido controlar.
Me interesa el fenómeno de la generalización del hábito de negar la responsabilidad propia desde muchos ángulos o perspectivas. Por una parte, eleva una alerta sobre el estado mental de los humanos en los tiempos actuales, quienes, por lo visto, enfrentan serias dificultades para el autorreconocimiento de las fallas propias, lo que se traduce en una alarma aún de mayor entidad sobre la habilidad de la sociedad en su conjunto para enfrentar sus miedos y superarse evolutivamente.
De otro lado, me llama la atención la relación entre el fenómeno de la no asunción de responsabilidad y la justicia. Esto, pues, evidentemente, si la sociedad estuviese caminando progresivamente, así fuera a paso lento, hacia un mejoramiento de los niveles de reconocimiento y responsabilidad propia, el trabajo del sistema judicial resultaría mucho más fácil. O, dicho en sentido contrario, posiblemente una de las razones estructurales por las cuales la mayoría de los sistemas de justicia en el mundo no está logrando su cometido de brindar buena y pronta justicia a todos los asociados por igual tendría que ver, precisamente, con el hecho de que se hace cada vez más general y frecuente la actitud humana de negar su responsabilidad, lo que sobrepasa la capacidad de los jueces para detectar la verdad y asignar acertadamente la responsabilidad a los verdaderos culpables. Los jueces se ven abrumados por una superestructura de noticias falsas y acusaciones cruzadas que les afecta su habilidad para establecer los verdaderos responsables de los hechos investigados.
Si la tesis anterior tuviese sustento, entonces habría que concluir que las razones del funcionamiento no óptimo de los sistemas de justicia no son intrínsecas al sistema judicial, sino que lo desbordan y se ubican más en el sistema político y social y en la cultura de autogestión de toda la comunidad en general. De forma muy interesante, además, lo anterior acabaría de confirmar lo que ya se ha venido señalando en el sentido de que el cuidado de la salud mental de las personas no es un asunto que interese solo a cada quien como individuo, sino que consiste en un interés público en cuanto se relaciona con fines esenciales del Estado, como es el caso de la justicia.
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