La fiebre en las sábanas
Francisco Bernate Ochoa
Profesor titular de Derecho Penal de la Universidad del Rosario
Un lamentable episodio acontecido en una audiencia judicial tiene al país opinando, señalando y, como es habitual, criticando y reivindicando presagios fatalistas bastantes desacertados sobre la virtualidad en la justicia. En un video que circuló ampliamente, podemos observar a una jueza de la República atendiendo una audiencia desde su cama, en ropa de casa y fumando. Esto despertó la ira de propios y extraños, y el acostumbrado derroche de intolerancia tan propio de nuestra cultura, que cuestiona y fustiga inclementemente a una funcionaria judicial que actúa de esta manera, pero pondera y exalta a unos custodios que dejaron a un capturado por un presunto abuso sexual librado a su propia suerte para que perdiera la vida por cuenta de los actos de tortura de otros reclusos.
El comportamiento de la señora jueza debe ser reprochado e investigado por las instancias correspondientes, como ya está ocurriendo, indagación en la que se decretó una suspensión cautelar atendiendo un discutible criterio de riesgo de reincidencia. Lo insólito es que algunos profetas del pasado pretenden hacer de este episodio una nueva oportunidad para culpar a la virtualidad por esta situación.
Cualquier sistema, virtual o presencial, puede ser objeto de un mal comportamiento de sus usuarios (operadores judiciales, partes, peritos, etc.), entendiendo el error humano como parte inherente a nuestro actuar y no al sistema utilizado. Vehículos y aeronaves operados por medio de la inteligencia artificial, trenes de alta velocidad o instalaciones nucleares cuentan con procedimientos altamente tecnificados en los que siempre ha de tenerse como contingencia el error de quien los opera. El indebido manejo de las audiencias no es algo de hoy, ni tampoco ha de señalarse con tanta inquina al funcionario judicial, desconociendo que los actos de irrespeto para con la audiencia y la comunidad es algo que puede suceder desde todos los extremos, en una sala o en una pantalla.
En lo que tiene que ver con la majestad de la justicia, de la que tanto se habla por estos días, ello no pasa por el vestuario, la elegancia de las edificaciones, el comportamiento privado, el lenguaje que se use o las preferencias de cada uno pasadas las cinco de la tarde. Ello obedece a decisiones fácilmente comprensibles y legitimables frente a la comunidad, a debates con argumentos y, sobre todo, a un trato amable para con los servidores, abogados y particulares y a una justicia pronta y cumplida.
El problema no es la virtualidad, que, por el contrario, nos ha permitido evidenciar estos eventos de cara a toda la comunidad, sino una mala decisión tomada por un ser humano que tendrá que asumir las consecuencias de sus actos. El llamado es, por supuesto, a censurar este tipo de comportamientos, vengan de donde vengan, pero no a buscar la fiebre en las sábanas culpando a una plataforma por los actos de quien la emplea.
Los desafíos no pasan por desacreditar las formas en las que se administra justicia, sino en plantear alternativas para solventar los problemas de hoy que nos permitan reivindicar su majestad en un entorno digital. Necesitamos hacer un diagnóstico sobre las cargas de trabajo de nuestros funcionarios, mejorar la conectividad en las sedes judiciales, adecuar los programas de estudio para fortalecer las habilidades en el manejo de la tecnología, profundizar en la alfabetización tecnológica y aprovechar de la mejor manera tantas bondades que tiene para ofrecernos, implementar protocolos de audiencia y, sobre todo, construir sobre lo construido, en vez de una permanente y trasnochada reminiscencia hacia una presencialidad que, por demás, bastante maltrecha tenía la imagen y la majestad de la justicia.
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