24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 12 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Homenaje a los abogados penalistas

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Whanda Fernández León

Docente especial

Universidad Nacional de Colombia

El pasado 22 de junio, el mundo jurídico celebró el Día del Abogado. Nada más legítimo que aprovechar esta ocasión para rendir un cálido homenaje a los litigantes que han entregado los mejores años de su vida a la excelsa función de defender a quienes padecen los rigores de un proceso criminal y buscan la ayuda de quien ejerce la profesión con idoneidad y decoro.

La expresión “abogado”, del latín advocatus, identifica al letrado “que aboga o intercede en juicio por una de las partes, se encarga de su asesoría jurídica y asume su representación judicial”. Su origen se remonta a las antiguas culturas grecolatinas, perfilándose desde entonces como el estudioso de las leyes que no oculta su fascinación por los discursos defensivos y las requisitorias fiscales pronunciadas en las audiencias públicas por los maestros de la oratoria clásica, entre quienes se destacan Pericles, Sócrates, Aristóteles, Cicerón y Demóstenes.

En principio, el ejercicio del derecho penal fue una actividad gratuita; se partía del equívoco de que servir al Estado era un imperioso deber. Con el transcurso del tiempo, el legislador permitió remunerar a los apoderados con la suma 10.000 sestercios en monedas de plata, por cada proceso que atendieran con la debida diligencia. También se prohibía la presencia física de litigantes en el tribunal, por lo que los dos adversarios, legos en Derecho, tenían que defenderse a sí mismos, durante el breve lapso marcado por un reloj de agua. Finalmente, la ley convirtió en obligatoria la presencia de todos los actores en los debates celebrados ante el Arconte, por delitos de homicidio y actos de impiedad.

El penalista latinoamericano, específicamente el de nuestro país, no solo asimiló las lecciones de los juristas de antaño, sino que recibió el influjo de eximios oradores, como Francesco Carrara, padre de la escuela clásica, y Enrico Ferri, el paladín del positivismo. De igual manera, pudo inspirarse en el legado de los escritores jurídicos que aportaron al triunfo de la Revolución Francesa: Montesquieu, Rousseau, Locke, Voltaire y Beccaria.

Estas ideas libertarias, sumadas a la instauración, en 1849, del jurado de conciencia bajo el gobierno del presidente José Hilario López, incentivaron aún más el fervor por las ciencias penales, lo que facilitó el ingreso al foro de oradores y catedráticos como José Vicente Concha, Luis Carlos Pérez, Carlos Lozano y Lozano, Augusto Ramírez Moreno, Antonio José Cadavid, José Antonio Montalvo, Jorge Enrique Gutiérrez Anzola, Bernardo Gaitán Mahecha, Pedro Pacheco Osorio, José Camacho Carreño, Hernando Londoño Jiménez, Julio Romero Soto y Jorge Eliécer Gaitán, entre tantos que, por razones de espacio, es imposible mencionar.

No obstante, hoy preocupa el decaimiento de la profesión. Sus causas se atribuyen, entre otras, a la fallida reforma constitucional del 2002, que buscó innovar hacia un proceso adversarial; al cierre de las dependencias judiciales por la irrupción de la pandemia del covid-19; al uso masivo de herramientas electrónicas de apoyo, en fases previas al juicio; a la predecible preferencia de la mayoría de los operadores jurídicos por la comodidad del teletrabajo, y a la incertidumbre que aún genera el tener que elegir frente al dilema ¿virtualidad o presencialidad?, como si lo digital fuera un sistema de justicia y la presencialidad hubiera perdido su categoría de postulado constitucional de ineludible acatamiento. Absolutamente nadie puede suplir el poder de la palabra en vivo, ni justificar la asistencia en línea a un acto de consecuencias impredecibles, imponente y majestuoso, calificado por el jurista alemán Jürgen Baumann como “la misa solemne del derecho criminal”.

La sagrada misión del penalista y su lucha por el Derecho deben continuar, sin derrotismos ni desaliento; la defensa, además de pasión, es un apostolado y un compromiso de humana solidaridad. “El camino de la justicia”, decía Couture, “no es ciertamente fácil; está hecho de penas y exaltaciones, amarguras y esperanzas, desfallecimientos y renovadas ilusiones”.

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