En memoria de mi padre (enero 4 de 1933-agosto 11 del 2022)
Diego Eduardo López Medina
Profesor Facultad de Derecho Universidad de los Andes
Eduardo López Villa nació en Yarumal (Antioquia). Sus padres fueron Luis López Duque y Graciela Villa Betancur. Eduardo fue criado, con sus hermanas Helena y Amparo, por doña Graciela, quien se defendía, no sin dificultad, con un almacén de variedades en el marco de la plaza del pueblo, cerca de la alcaldía. Contaba mi papá que, en su juventud, un día se trasnochó, más de lo aconsejable, con algunos amigos. Despuntaba la madrugada cuando, de regreso a la casa, los sorprendió de frente y sin posibilidad de escape el desfile del rosario de la aurora, con el párroco y doña Graciela a la cabeza. Para evitar el encuentro, como último recurso, Eduardo y sus amigos se sentaron en la acera y se cubrieron astutamente con su ruana. Al pasar y ver estas tristes figuras en la calle, doña Graciela les dijo: “Miren a esta juventud, ¡qué vergüenza!”.
A pesar de esta aventura episódica, Eduardo fue un buen hijo: aunque lo llamaban “chispas”, era aplicado y serio en los estudios. Quizás por eso, la abuela decidió hacer el esfuerzo por darle una mejor educación en Medellín: lo mandó como interno al colegio San José de los Hermanos Cristianos, donde terminó su bachillerato como un joven estudioso, miembro de la Sociedad Caldas de Estudios Naturales y del Círculo Literario. Con posterioridad, Eduardo entró a la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia y allí conoció a la que sería su esposa, Sofía Medina Gómez.
Recién graduada, Sofía llegó a ser una de las primeras mujeres elegidas a la Cámara de Representantes en el año de 1962. Eduardo se vino a Bogotá con ella, ofreciéndole un respaldo incondicional a su vida profesional que se extendería durante toda la vida común de cerca de 55 años.
De su lado, Eduardo inició una vida interesante y fructífera como abogado. Luego de un corto paso por el Incora, llegó a ser secretario de la Comisión Primera del Senado, donde tuvo participación en el montaje legal y político del Frente Nacional, su crisis y, finalmente, su sustitución en la Constitución de 1991. Como profesional, siempre fue un hombre inteligente y exigente que, aunque estaba en el medio de la política, despreciaba sus veleidades y valoraba la construcción parlamentaria de normas mediante debates y argumentos serios. En su calidad de secretario de la Comisión Primera, siempre fue apreciado y respetado como un notario estricto y confiable del proceso parlamentario. Dedicó más de 40 años a esta actividad hasta lograr una jubilación meritoria con un respeto bien ganado.
Eduardo era también un artesano que apreciaba el trabajo hecho por las propias manos: era “todero” en su propia casa, donde todo lo arreglaba (y también lo desarreglaba). La construcción y la carpintería fueron actividades permanentes que asumió con entusiasmo y dedicación. Muchos años después, cuando el Alzheimer le había robado la memoria y parecía desconocer dónde estaba, no era difícil darle orientación: bastaba con mostrarle el diseño de tal columna que había hecho, las decoraciones del techo, los detalles de los muebles o la pintura de la baranda. No se olvida lo que se hace con las manos y con el corazón.
Tuvo dos hijos, a los que quiso mucho: buen padre, era generoso y consentidor con ellos, buen consejero, exigente con la seriedad y el compromiso académico. A sus hijos les enseñó a rezar, a leer en público, a entonar, a declamar, a discursear, a hacer cálculos, a trotar, a patear un balón, a montar en bicicleta. Fue un padre atento y presente.
A los 80 años le diagnosticaron Alzheimer, aunque conservó una salud general buena. La enfermedad nunca lo derrotó, porque siempre conservó la presencia de ánimo y la capacidad de controlar su entorno. Fue rey en su castillo hasta el último día, donde murió mientras dormía acompañado por su hijo Juan Camilo.
Publicó en varias ediciones y reimpresiones la Constitución colombiana concordada, fruto de su estudio constante. La fecha de la primera edición coincide con el nacimiento de su primer hijo, y la segunda, con el nacimiento del segundo. Este gesto describe, como ningún otro, el sentido y el propósito de su vida que sus hijos, y entre ellos el que esto escribe, no pueden más que agradecer con el alma.
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