24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 día | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Dos problemas del concurso de méritos

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La vida se parece mucho a un juego. Heráclito lo dijo bellamente: “La vida es un niño, siendo niño, jugando un juego”. Siguiendo esta idea, Pierre Bourdieu invitaba a pensar en el mundo social como un juego de ruleta en el que no todos los jugadores tienen las mismas fichas y no todas las fichas tienen el mismo valor. El ganador no es el más inteligente, sino el que tiene más y mejores fichas y sabe sortear los azares del juego. En esta columna, invito a pensar que la prueba de conocimientos del concurso de méritos de la judicatura también es como un juego, y esa comparación nos permite ver, al menos, dos problemas que estamos en mora de discutir.

En primer lugar, la prueba se parece a un juego, porque no necesariamente ganan los más inteligentes. Algunos ganan porque tienen el tiempo para aprender las dinámicas del juego (y toman decenas de cursos de entrenamiento, no para saber más Derecho, sino para familiarizarse con la herramienta). Y hay quienes ganan porque tienen una habilidad específica que es premiada por la prueba (saber elegir entre opciones cerradas en poco tiempo), pero que ni siquiera es la habilidad judicial más importante, como expliqué en otra columna.

En este contexto, a veces ganan juristas brillantes y otras veces ganan concursantes con problemas de lectoescritura, ignorantes de principios jurídicos básicos, carentes de cualidades oratorias e incapaces de administrar un despacho. Esta es la percepción de muchas personas (incluyendo directivas de la judicatura), quienes piensan que la prueba no ha sido una herramienta idónea para seleccionar a los(as) mejores jueces(zas). Esta percepción coincide con la abundante  literatura que revela que las pruebas estandarizadas (de selección múltiple con única respuesta) no solo miden un tipo muy limitado de razonamiento, sino que son malas predictoras de la calidad del desempeño futuro.

En segundo lugar, la prueba es como un juego porque suelen ganarla los jugadores con mejores posiciones de partida, que son los hombres. Por ejemplo, en el último concurso (Convocatoria 27), aunque las mujeres fueron mayoría (52 %) entre quienes presentaron la prueba, ellas fueron minoría (38 %) entre el total de quienes la aprobaron. Y, al mirar dentro de cada género, encontramos que mientras el 17 % de los hombres aprobaron la prueba, solamente el 6 % de las mujeres lo hicieron. Algo similar ocurrió en pruebas anteriores, tal como describo en mi tesis doctoral, y como ya mostraban las investigaciones de los magistrados  Juan Manuel Dumez y Lucía Arbeláez. Estos resultados concuerdan con la evidencia colombiana y de otros países sobre los efectos excluyentes de las pruebas estandarizadas. 

Pero ¿por qué una evaluación objetiva afecta a las mujeres? La literatura ofrece varias explicaciones, de las cuales destaco dos. Primero, las mujeres suelen contar con menos tiempo para tomar cursos de entrenamiento, porque tienen más cargas de cuidado. Segundo, las pruebas estandarizadas recompensan habilidades que la sociedad cultiva primordialmente en los hombres, como  las aptitudes matemáticas, la actitud competitiva o la capacidad de decidir rápidamente y  dudando menos. Según estas explicaciones, las pruebas suelen premiar perfiles y capacidades que son más frecuentes en los hombres. Volviendo a la idea del juego, es como si las mujeres tuvieran fichas azules (sus fortalezas comunes), pero jugaran en un casino donde se privilegian las fichas rojas (las fortalezas comunes en los hombres).

No creo que la solución sea eliminar la prueba, entre otras razones, porque sirve para recortar el alto número de aplicantes que tenemos hoy. Pero, si queremos conservarla, tenemos que enfrentar sus problemas. Para ello faltan mejores diagnósticos. Y, sobre todo, falta más debate sobre cómo sería una prueba idónea para seleccionar buenos(as) jueces(zas) y cómo esa prueba podría contribuir a la necesaria diversificación de la rama. Quizá sea inevitable que el concurso se parezca a un juego, pero lo cierto es que la judicatura, a diferencia de un casino, sí que debería preocuparse por quiénes ganan el juego y en qué condiciones.

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Andrés Rosas

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