22 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

La batalla Olímpica por los sexos

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Lina María Céspedes-Báez
Profesora titular de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario
Doctora en Derecho

Ya vienen los Juegos Olímpicos. Por dos semanas podremos disfrutar de los dramas y alegrías del deporte. Nos sentiremos inspirados, porque, a pesar de los escándalos que han manchado la reputación del Comité Olímpico Internacional, estas competencias están asociadas con la promoción de la paz mundial y la celebración de la solidaridad y el compañerismo.

Algunos no podrán evitar seguir con algo de distancia las competencias. Unos pensaran en los intereses comerciales y políticos que se mueven tras bambalinas. Otros, como yo, se centrarán en lo que se juega en términos de ordenación de los sexos y su vigilancia en este contexto.

Es incuestionable que la competencia deportiva debe ser organizada de manera que los participantes tengan posibilidad de ganar. Para ello, se agrupa en categorías a personas de habilidad similar. Por defecto, el sexo ha sido el criterio por excelencia para establecer estos grupos, digo por defecto, porque hay excepciones. Por ejemplo, los deportes ecuestres no siguen esta fórmula. El argumento que fundamenta la utilización del sexo es que se presume que los hombres como grupo son más fuertes que las mujeres.

Sin embargo, esta separación también habla de las dificultades que tuvieron las mujeres para ser aceptadas como deportistas. Las sociedades modernas han visto con sospecha a las mujeres que demuestran habilidades en este campo. Desarrollar las habilidades y fortalezas del cuerpo reta el estereotipo femenino de la debilidad y escasez de iniciativa. Así, dividir el deporte en masculino y femenino, con todos sus códigos de vestimenta y reglas del juego, permite calmar algo la ansiedad que produce ver a las mujeres en actitud competitiva y cultivando su fuerza corporal y mental.

Para cumplir este sueño de un mundo perfecto dividido nítidamente en hombres y mujeres, las regulaciones deportivas han diseñado pruebas y tratamientos que dejan mucho que desear en materia de derechos humanos. Quizá, el mundo del atletismo ha sido el más controversial en este punto. En 1966, en el campeonato europeo de atletismo, las atletas tuvieron que desfilar desnudas frente a un grupo de médicas para ofrecer evidencias de su pertenencia al sexo femenino. En 1967, en los Juegos Panamericanos, se repitió la historia. Dado el avance de la ciencia y las concepciones vigentes al momento sobre el sexo, bastaba exhibir una anatomía femenina para ser clasificado como mujer.

Los desarrollos científicos y el descontento por lo degradante del método empleado llevaron a que en el mundo del deporte se adoptara una prueba cromosómica. Su implementación estuvo llena de sorpresas. Uno de los casos más conocidos es el de la atleta española María Patiño. En la década de los ochenta, Patiño fue retirada del equipo olímpico español por no pasar esta prueba. La literatura experta en el tema indica que el examen de Patiño reveló un cromosoma Y, lo que ponía en entredicho su sexo. Esto, a pesar de que su apariencia física y habilidades deportivas coincidieran con las de una mujer deportista de alto nivel.

Para los Olímpicos que nos esperan, las regulaciones que aplican al atletismo están determinadas por su organismo de gobierno internacional, World Athletics. Desde comienzos de este siglo, la prueba diseñada para la determinación del sexo cambió por una que mide los niveles de testosterona. El fundamento de este examen se encuentra en su caracterización como la hormona masculina. Así, se le responsabiliza de las ventajas físicas de los hombres en comparación con las mujeres.

La atleta sudafricana Caster Semenya se ha convertido en la figura visible de esta nueva etapa en la controversia sobre la determinación del sexo en las competencias deportivas. Desde el año 2009, su clasificación como mujer ha estado en el ojo del huracán. Su cromosoma Y y sus niveles de testosterona la han expuesto al escrutinio público, a las acusaciones de otras atletas y a la vigilancia y tratamiento forzado de su cuerpo.

A pesar de que la evidencia sobre el efecto aislado de la testosterona en el desarrollo físico de las atletas no es concluyente, Semenya se sometió a un tratamiento para bajar su nivel con el fin de poder seguir compitiendo. Esto no le impidió seguir acumulando victorias, como la de los 800 metros en los Olímpicos de Londres (2012). A pesar de ello, sí le causó efectos secundarios en su salud.

En 2018, Semenya demandó la validez de este tipo de regulaciones ante el Tribunal Arbitral del Deporte en Suiza. El fallo en contra de sus pretensiones fue ratificado por el Tribunal Supremo Federal de Suiza. En el 2021, la atleta demandó a Suiza ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos alegando, principalmente, su derecho a no ser discriminada. En el 2023, el fallo, con una mayoría bastante apretada (4-3), le dio la razón a la corredora. La decisión resaltó que, incluso, el Tribunal Arbitral del Deporte reconoció que la evidencia científica en este tema es escasa y los efectos secundarios de las terapias para bajar la testosterona eran significativos.

El gobierno suizo solicitó reconsiderar esta decisión ante la Gran Sala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Tal vez, esto puede explicar la razón por la cual regulación vigente del World Athletics para estos Olímpicos mantiene el criterio del nivel de testosterona. Más allá de las controversias judiciales, el caso de Patiño, Semenya y muchas otras personas de las cuales ni siquiera sabemos su nombre, ilustra el entrecruce entre naturaleza y cultura en la determinación de lo que se entiende por sexo.

Los avances científicos nos han permitido entender que el sexo es más que la apariencia anatómica. Sin embargo, también nos han mostrado el papel que juega la cultura en nombrar un cuerpo como femenino o masculino y las limitaciones de nuestro entendimiento respecto de su configuración biológica. Entonces, sí, los Olímpicos ya vienen y, con ellos, toda la carga política y jurídica que define la batalla por la definición del sexo.

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