25 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 4 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Roy Hargrove

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Juan Martín Fierro
Escritor y abogado

www.juanmartinfierro.com

El pasado 16 de octubre se conmemoraron 54 años del nacimiento de Roy Hargrove, trompetista y compositor de jazz estadounidense que murió de un paro cardíaco en noviembre del 2018. A un lustro de esa muerte repentina, el sello del Jazz at Lincoln Center (JALC) acaba de lanzar The love suite: In Mahogany, grabación realizada en el Alice Tully Hall, en 1993, durante una de las primeras temporadas del icónico teatro neoyorquino. El álbum póstumo recoge la única grabación existente de la obra que el JALC le encargara entonces a Hargrove, en colaboración con grandes músicos. Mahogany, que significa caoba en español, alude a la fuerza y resiliencia de esta madera (capaz de soportar incluso el brutal impacto de los rayos), y al camino que separa el mundo físico del mundo espiritual. Me ha emocionado tanto escuchar esta suite que, por momentos, he sentido que Hargrove sigue aquí, entre nosotros. La obra, que solo se tocó completa con ocasión de esta imprescindible grabación, fue escrita por Hargrove cuando apenas tenía 23 años.

Considerado uno de los mejores trompetistas de jazz de su generación (para mí es uno de los mejores de todos los tiempos) fue un músico inquieto que se movió a gusto entre la tradición y la vanguardia. Su extensa discografía incluye álbumes emocionantes como Diamond in the rough (su gran debut a los 20 años de edad), Habana (ganador del Grammy a Mejor Álbum de Jazz Latino), el tristísimo Moment to moment, el portentoso Earfood, y su aclamado dueto con el también desaparecido Mulgrew Miller, In harmony, otro álbum póstumo lanzado en el 2021.

Durante el mes de octubre, el Lincoln Center de Nueva York rinde homenaje a Hargrove con un ciclo de conciertos que incluye a Jones & Cannon, el tributo de su propia Big Band por su aniversario número 54, y el selecto repertorio escogido por Sherman Irby, saxofonista, compositor y ex compañero del trompetista.

Hargrove, igual que la caoba, fue una especie de puente entre el bebop, el rhythm and blues, el hip hop y el llamado neo-soul, por no hablar de sus espléndidas incursiones en el mundo del swing y el jazz afroantillano. Lo mismo podía ser explosivo o delicado según la atmósfera y el formato de su interpretación, siempre labrando un tono bruñido y limpio de asombrosa precisión. En 1992, arrendó un loft en Nueva York que, de ser utilizado para ensayar, acabó convirtiéndose en The Jazz Gallery, un espacio sonoro sin ánimo de lucro donde jóvenes músicos tuvieron su primera oportunidad sobre el escenario. El club Smalls, en el Greenwich Village, era otro de los lugares donde Hargrove solía presentarse.

Con frecuencia, pienso en qué sonidos podemos oponer a la altisonancia del mundo para afinarnos con él, para sobrevivir a una pérdida o apaciguar la soledad. Y no suelo dar muchas vueltas para encontrar en Roy Hargrove una fuente de vitalidad, una compañía en la tristeza, una posibilidad de volver a creer en aquello que, con los años, va costando más y más. Escucharlo interpretar Speak low o You go to my head es un secreto ritual que recompone mis fuerzas. La tersura de ese sonido de notas prolongadas que se sostienen frase a frase las unas a las otras es como percibir el pulso de lo eterno en una efímera fracción de vida. Es recuperar la ilusión a través de la música.

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