25 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 2 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Al Margen

Regular la revolución

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Juan Manuel Camargo G.

Los que pasamos de los cincuenta, hemos vivido varias revoluciones. Revoluciones de verdad, no simples apariencias de revolución: los computadores personales, el internet, Google, las redes sociales, los teléfonos inteligentes, Uber, Airbnb, las fintech… La lista es interminable. Rappi es una revolución nacida en Colombia que ha ayudado a mucha gente y ha cambiado los hábitos en las ciudades.  

A diferencias de las revoluciones políticas, estas revoluciones han sido mundiales, sin dueño, nacidas del sector privado, útiles, trascendentales y sin derramamiento de sangre. ¿Quién les teme a esas revoluciones? Los que quieren controlar todas las revoluciones.

La última revolución que se asoma en el panorama es la de la inteligencia artificial (IA). Y ya se levantan múltiples voces para regularla.

Un reciente editorial de El Espectador es iluminante por la confusión que expresamente admite: “El principal reto es que no sabemos muy bien de qué hablamos cuando nos referimos a la IA”. De todas maneras, avisa del “riesgo de que ocurra lo mismo que pasó con las redes sociales: ante la imposibilidad de regular las partes más nocivas, los daños ocurrieron mucho antes de que llegaran las autoridades a ver qué hacer”.

Como quien dice: regulemos lo que no entendemos, aunque no lo entendamos y justamente porque no lo entendemos.

Uniendo puntos muy distantes, pienso en la teoría del decrecimiento, según el cual la revolución industrial fue la causa última de nuestra futura extinción, ya que inició todo lo que causa el calentamiento global. Si se pudieran devolver en el tiempo, los partidarios de esta teoría regularían la revolución industrial para… bueno, para que no hubiera revolución industrial.

Nadie sabe hacia dónde nos conducirá la IA, así como no sabíamos a qué conduciría internet o los teléfonos inteligentes o las redes sociales o ninguna de las otras grandes revoluciones que hemos vivido. De paso, regular únicamente las redes sociales no habría servido de mucho, sin regular además internet y los celulares, pero además la proliferación de las redes sociales ofrece cosas tanto buenas como malas. No es de extrañar que los países que más regulan y monitorean las redes sociales sean los países autoritarios y absolutistas.

En Colombia, ya hay al menos tres proyectos de ley para regular la IA y son típicas leyes de políticos. Mucho principio que suena bien y, entre tanto principio, cortapisas y encerronas. Un proyecto espera que la Superintendencia de Industria y Comercio audite los algoritmos utilizados por la IA (P. L. 200-2023C). Absurdo, porque la IA crea constantemente nuevos algoritmos en respuesta a entradas y datos aprendidos. Otro proyecto (P. L. 059) consagra el principio de la autoridad humana. Parece obvio y bueno, pero no lo es necesariamente. Un libro que ya he citado en esta columna (Ruido, de Sunstein, Kahneman y Sibony) sostiene y ofrece pruebas de que las decisiones de las personas son endebles y discutibles, y es mucho mejor crear un conjunto de reglas que se aplique estrictamente para garantizar igualdad de trato y más aciertos.

Los que quieren regular la IA lo que quieren es controlarla y manipularla para que sirva a sus intereses. No es de extrañar. Los proyectos de ley surgen de los políticos. En todas las revoluciones políticas siempre surge un caudillo que, so pretexto de dirigir la revolución, termina arruinándola y apropiándose de lo que queda.

La contienda, por ahora, es entre la inteligencia artificial y la tontería natural.

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