¿Cuánto vale la vida de un cerdo para el Derecho?
Ricardo Díaz Alarcón
Magíster en Derecho (LL. M.) de la Universidad de Harvard (EE UU)
Aunque no los veamos, los animales están siempre alrededor de nosotros: el jamón que se sirve en nuestra mesa fue en realidad un cerdo de menos de seis meses de edad que mataron para que pudiera llegar a nuestro plato; la leche que nos ofrecen vino de una vaca que lloró la separación de sus crías y que pronto irá al matadero; los zapatos de cuero que regalamos a un ser querido en realidad están hechos de la piel de alguien.
La vida de un cerdo
Los animales que tradicionalmente se consumen y usan a lo largo del país –vacas, cerdos, gallinas y pavos– son seres sensibles, individuos conscientes que anhelan disfrutar de sus vidas. Cada animal individual tiene un interés en no sufrir, en disfrutar de la lluvia y el sol, en jugar con otros animales de su misma especie, en correr al aire libre.
Como los perros o gatos a quienes vemos de cerca en nuestros hogares, los cerdos, las gallinas y las vacas también tienen personalidades, preferencias y gustos. Muchos podemos comprender y afligirnos por la muerte del perro o el gato con el que vivimos, porque lo vemos así: como un individuo amado que ya no está con nosotros. Pero es mucho más difícil imaginar y entender el sufrimiento y la muerte de miles de millones de animales sintientes que son matados cada día, encerrados en jaulas que les impiden pararse, sometidos a inimaginables niveles de dolor físico y emocional.
Por eso, imaginarnos cómo sería estar en la piel del cerdo que llegó a nuestro plato puede ser más efectivo. El resultado debería revolvernos el estómago. ¿Cómo sería nacer en una sociedad que nos clasifica como objetos y que considera nuestra tortura y asesinato como hechos normales?, ¿qué pensaríamos si el Derecho nos ignorara hasta tal punto que otros pudieran abusarnos y violentarnos de forma legal, sin ninguna consecuencia? y ¿cómo juzgaríamos a una sociedad que matara a sus miembros más vulnerables bajo la mirada pasiva de todos?
La imaginación como fuente de Derecho
La imaginación empática es mucho más que la fantasía: es una poderosa herramienta para cambiar nuestra sociedad y las normas que la regulan.
Aunque a menudo lo olvidemos, nuestros sistemas jurídicos han sido moldeados por los límites de nuestra imaginación. Cuando los valores sociales se transforman y las sociedades expanden las fronteras de lo imaginable, las leyes deben reformarse o reinterpretarse para corresponder con la realidad. Para decirlo con una imagen famosa: el Derecho es como un mapa que al cabo de los años puede quedar obsoleto, sin corresponder a las calles y accidentes geográficos que en realidad existen.
Imaginar cómo sería estar en la piel del cerdo puede remoldear el Derecho, para que se reconozca que los animales de especies distintas a la humana también tienen intereses individuales, legalmente relevantes. Hacer ese ejercicio sería, como propone John Rawls, cubrirnos con un “velo de la ignorancia” que nos protegería de tomar decisiones arbitrarias y sesgadas por nuestras circunstancias actuales. ¿Cómo diseñaríamos las leyes si, antes de escribirlas, ignoráramos si vamos a nacer como un ser humano o como un cerdo?, ¿qué dirían las decisiones judiciales si los jueces imaginaran estar en los zapatos de los animales antes de decidir?
Animalizar la ley
Incluir a los animales en nuestros sistemas jurídicos como individuos con intereses legalmente relevantes tampoco es imponer una visión particular sobre la moral social. ¿Diríamos lo mismo sobre la defensa de los derechos de otras minorías? Pensar en una protección legal especial para los animales es coherente con el espíritu transformador de nuestra Constitución, que antepuso los principios de solidaridad e igualdad al de autonomía individual.
En fin, liberar al Derecho del sesgo por el cual favorecemos arbitrariamente los intereses de los seres humanos sobre los intereses de otros animales –el especismo– es tan necesario como aplicarlo con perspectiva de género. En ambos casos, el objetivo es superar patrones de discriminación injustificados, que han producido desigualdades e injusticias que desfavorecen a una población históricamente oprimida.
Sin duda, animalizar el Derecho va a requerir creatividad y transformaciones legales profundas. No hay fórmulas para hacerlo, pero el comienzo es reconocer que nuestro sistema actual ha excluido injustificadamente a miles de seres sensibles que, como nosotros, quieren florecer y que necesitan normas que contribuyan a su florecimiento.
Gracias por leernos. Si le gusta estar informado, suscríbase y acceda a todas nuestras noticias y documentos sin límites
Paute en Ámbito Jurídico.
Siga nuestro canal en WhatsApp.
Opina, Comenta