23 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 12 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

‘Doña Barbara’: un tratado de contratos y propiedad

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Lina María Céspedes-Báez
Profesora titular de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario
Doctora en Derecho

Doña Bárbara es una novela sobre derecho civil. Claro, también es una novela acerca de los llanos venezolanos, la ansiedad respecto de los roles de género y la rivalidad entre dos familias. Sin embargo, su trama está íntimamente ligada al derecho de contratos y propiedad. En este sentido, el devenir de los personajes, los conflictos que los enfrentan y sus desenlaces están estrechamente relacionados con los regímenes jurídicos de los negocios y los bienes.

Rómulo Gallegos, escritor venezolano, publicó la versión definitiva de esta novela en 1930. Tal como lo comentó en el prólogo que celebró los 25 años de su publicación, Doña Bárbara nació de una visita suya a los llanos de Apure unos años antes. Allí escuchó los relatos de hombres y mujeres, hacendados y “cabresteros”, que terminarían poblando su escrito. Sus estudios inconclusos de Derecho sirvieron para moldear la atmósfera en la que se desatarían las venganzas y se desplegarían los esfuerzos por darle orden a una tierra hermosa, pero que el relato nos presenta como inculta, desbordada e indómita, en pocas palabras, bárbara.

Entonces, doña Bárbara, la protagonista de la novela, representa la naturaleza, la ausencia de leyes y la irracionalidad. Es una guaricha, en palabras del autor, que se asemeja a un hombre, que quebranta las normas jurídicas para apropiarse de las tierras y los ganados ajenos y que, para colmo de males, se dedica a la brujería. Por su parte, Santos Luzardo es el contraste de esta mujer: heredero de una familia aburguesada y abogado educado en Caracas, es el mensajero del orden, el hombre que cree en el papel del juez y se soporta en la fuerza del código.

A lo largo de la novela, Gallegos cuenta cómo doña Bárbara amplió sus dominios a costa de los terrenos de Luzardo y otros terratenientes. Para ello, recurrió a procesos de deslinde que fueron exitosos no solo por obra y gracia de los sobornos, sino también por la informalidad de la tenencia de la tierra. A esto se unió la confusa demarcación de los predios. Ya se sabe cómo se determinaban los linderos en los contextos rurales. De este río a la piedra y de la piedra a la casa del compadre. El río cambia de curso, la piedra se mueve, la casa del fulano se cae en el olvido y todo aquello que servía de punto de referencia para determinar los límites del lote desaparece o es fácilmente manipulable. A este repertorio de estratagemas y problemas jurídicos, doña Bárbara añadió las ventas simuladas y los contratos firmados bajo el influjo de la fuerza o el dolo.

El alambre de púas, como la imagen de la civilización y el resumen de la seguridad jurídica de la propiedad, es una presencia constante a lo largo de todo el relato. Luzardo llegó a los llanos con la intención de traer el progreso a esa región del país. Para él, cercar era condición esencial para derrotar la barbarie de manera definitiva. Solo así se podrían dibujar con claridad los contornos de los inmuebles y evitar el robo de ganado. De alguna manera, Santos Luzardo es una especie de John Locke criollo que cree en el poder del trabajo y del alambrado. Su concepción de la propiedad era liberal. Por eso se oponía a la idea llanera tradicional de dejar vagar las reses y permitir la apropiación de las que no exhibían la marca del hierro de una hacienda.

Doña Bárbara se puede leer como un tratado de contratos y propiedad. Su análisis de cómo el negocio jurídico contractual se convierte en instrumento de fraude permite entender cuestiones como el consentimiento libre de vicios, la voluntad declarada y la apariencia con fines de engaño. Sus detalladas descripciones del rodeo de los cachilapos (reses no herradas) y del “cachapeo”, o práctica de alteración de las marcas del hierro, permiten adentrarse en las distintas concepciones de la propiedad y sus modos de adquirirla.

En conclusión, Doña Bárbara es una gran ilustración del derecho en acción. Este libro logra mostrar cómo la vida se vive a través de instituciones como el contrato y la propiedad. Así, da profundidad y perspectiva a estos fenómenos jurídicos al enlazarlos con las pasiones, intereses e ideales de los individuos que los utilizan. Después de todo, cada negocio e inmueble es una expresión de la vida y, el estudio del derecho, una inmersión en las múltiples caras del ser humano.

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